miércoles, 13 de diciembre de 2006

Historia de la ciudad de Santiago y sus habitantes

Presentación

Un medio eficiente de conocimiento del pasado histórico es recurrir a los registros históricos como crónicas, relatos de viajes y documentos oficiales como las Actas del Cabildo de Santiago. Los arqueólogos han no han usado prolijamente las fuentes históricas, predominando una fuerte empiria en la práctica de la arqueología histórica, esto es la excavación de sitios con evidencias materiales procedentes de tiempos históricos, sea hispano temprano, Colonial, republicano y décadas recientes, sin el énfasis histórico necesario para la reconstrucción del pasado en tanto Historia Cultural más que arqueología de los materiales e ítemes culturales históricos.

En las siguientes páginas encontrará una visión sintética sobre los relatos históricos sobre la ciudad y sobre la vida cotidiana de sus habitantes durante el período hispano colonial en Chile, mediante la entrega de información historiográfica y por la incorporación de fuente de materiales y objetos de época. Con este panorama esperamos esbozar diversas expresiones de la vida cultural de de lso antiguos habitantes de la cuenca santiaguina.

Este conocimiento permite al estudiante de enseñanza básica y educación media aproximarse a la experiencia de reconocer el desarrollo histórico de su propia ciudad, reconociendo las transformaciones del escenario geográfico que le ha tocado conocer, adquiriendo, a la vez, un sentido histórico del desarrollo de su comunidad. Aquí toma valor, como herramienta pedagógica, los resultados de las investigaciones efectuadas en el casco antiguo de la ciudad de Santiago, efectuadas en razón de las obras de ampliación del ferrocarril urbano por su casco antiguo, estudios patrocinados por el Consejo de Monumentos Nacionales.

Desde hace pocos años, en el seno del trabajo investigativo, se ha desarrollado la metodología de la arqueología histórica como medio de comprensión del pasado histórico de los habitantes de la ciudad de Santiago, así como el estudio de su cultura material. Hoy conocemos aspectos de su vida cotidiana y tradiciones urbanas, las que hasta hace poco pasaban inadvertidas. Los siguientes antecedentes corresponden a recientes estudios efectuados en el casco antiguo de la ciudad de Santiago, a través de una síntesis de relatos históricos sobre las características de la ciudad y de sus habitantes, con el fin de conocer su historia olvidada.

I. Recapitulando en la biogeografía de Santiago

El escenario: la cuenca de Santiago

Las características climáticas mediterráneas de la cuenca de Santiago son definidas por la estacionalidad de las lluvias, concentradas principalmente en época invernal, en contraste con una estación estival seca, calurosa y relativamente prolongada. Sin embargo, en el área de las cuencas Maipo-Mapocho, las fluctuaciones en el índice anual de precipitación acusa una incidencia importante del relieve, aumentando según la altitud que alcanza el piedemot andino.

Biogeografía de la cuenca

Las características biogeográficas de la cuenca de Santiago no fueron siempre como las conocemos hoy. Desde el inicio de la ocupación española del territorio y su explotación intensiva, el paisaje fue cambiando radicalmente. Originalmente, la cuenca santiaguina poseía una gran biodiversidad de especies animales y vegetales de la que los propios españoles, a su llegada, se maravillaron.

La depresión intermedia presenta formaciones vegetacionales de estepas de comunidades de Acacia caven o espino, bosque que se consolidó tardíamente como respuesta a condiciones de una progresiva desertificación. Hacia los pie de montaña, ya sea andino o de la cordillera de la Costa, la diversidad vegetacional aumenta, destacando el maitén (Maytenus boaria), espinillo (Adesmia arbores), el colliguay (Colliguaya odorífera), chagual (Puya Chilensis), quillay (Quillaja saponaria), molle (Schinus latifolius), pimiento (Schinus molle), palqui (Cestrum parqui), litre (Litrea caustica), guañil (Proustia pungens), algarrobo (Prosopis chilensis), además de una gran cantidad de vegetación rala compuesta de variadas especies de gramíneas.

La diversidad biológica de la cuenca se expresa en especies de fauna menor como reptiles, batracios como el sapo (Bufo spinolosus arunco), la rana (Calyptocephalella gayi), y avifauna representada por concones (Atrix rufipes rufipes), águila grande (Geranoaetus melanolencus), aguilucho (Butreo polysoma), diuca (Diuca diuca), zorzal (Turdus falklandii), trile (Agelaius thilius), golondrina (Tachycineta leucopyga), pequén (Speotyto cunicularia), queltehue (Belonopterus chilensis), entre otros. Entre los mamíferos encontramos el zorro culpeo (Dusicyon culpaeus), y roedores como la chinchilla chica (Abrocoma cinera), el degu (Octodon degus), y el ratón (Akodon olivaceus).

II. La biogeografía de la cuenca santiaguina a través de las crónicas hispanas

Los pueblos prehispánicos que habitaron este territorio exploraron sus recursos y desarrollaron sus vidas gracias a la amplia gama de recursos de que disponían. Respecto de las características ecológicas de la cuenca de Santiago, a la llegada de los españoles los antecedentes son escasos pero interesantes. Un cronista hispano comenta:

"Santiago es un hermoso y grande llano, como tengo dicho, Tiene cinco y seis leguas de montes de buena madera, que son vnos árboles muy grandes que sacan muy buenas vigas. Y hay otros árboles que se llama canela. Los españoles le pusieron este nombre a causa de quemar la corteza más que pimienta, mas no porque sea canela, porque es un gorda. Es árbol crecido y derecho. Tiene la hoja ancha y larga, casi se parece como la del cedro. Hay arrayán. Hay sauces y otro árbol que se dice molle, e no muy grande...Hay laureles...Hay algarrobos, llevan muy buena algarroba, y los indios se aprovechan de ello, como en otras partes tengo dicho. Hay otro árbol que se dice espinillo, a causa que lleva muchas espinas, como alfileres y mayores. Es muy buena leña para el fuego. Críense en llanos. No se riegan ni reciben agua, si no es la del invierno... Hay guayacán...Hay palmas... "

Vivar, Jerónimo Crónica y Relación Copiosa y Verdadera de los Reinos de Chile. 1979 [1558] Edición de Leopoldo Sarez‑Godoy. Colloquium Verlag Berlin. Págs. 158-159.

Respecto a la fauna de la cuenca de Santiago, el cronista describe que hay:

“...aves de la tierra son perdices y palomas torcasas, / labancos, garcotas y águilas pequeñas y guabras (que es un ave a manera de cuervo que tiene su propiedad de comer las cosas muertas), e tórtolas e patos (son muy buenos). Y pájaros de los pequeños hay sirgueritos y sietecolores y gorriones e tordos y golondrinas y lechuzas y mochuelos. Hay papagayos de dos o tres maneras. Hay halcones / pequeños (estos cazan perdices) y baharis. De sabandijas hay zorras y nutrias y topos hurones y ratones e culebras e lagartos e sapos (mas no son ponzoñosos). Hay renacuajos e mariposas. Y al pie de la cordillera nevada e visto alacranes. Hay moscas. Hay abejas. Son grandes, mas poca miel se saca de ellas, y crían debajo de la tierra, como tengo dicho”.

Bibar, Jerónimo Crónica y Relación Copiosa y Verdadera de los Reinos de Chile. 1979 [1558] Edición de Leopoldo Sarez‑Godoy. Colloquium Verlag Berlín. Págs. 159.

III. Los habitantes prehispánicos de Santiago

El hallazgo de abundantes fragmentos de cerámica oscura, algunos incisos y otros de decoración con hierro oligisto, en las excavaciones de la plaza de armas de Santiago, nos habla de la presencia de de población indígena que se remonta a los 300 a. C. Ellos corresponden a lo que los arqueólogos han llamado “Tradición Bato”, del período agroalfarero temprano, comunidades que trajeron la cerámica e iniciaron la práctica de la agricultura. Sus costumbres funerarias son conocidas gracias a hallazgos de entierros de niños en calle Monjitas. Pero no solo se encontraron los restos óseos, los cuerpos se acompañaban de ofrendas, como fragmentos de cerámica y un mortero, utilizado para la molienda de semillas.

En los trabajos arqueológicos del centro de la ciudad también se encontraron evidencias de las comunidades que habitaron Santiago hace 1.000 años, correspondientes a la cultura Aconcagua: agricultores que desarrollaban también la recolección de frutos y semillas en todo el valle. Elaboraban una cerámica de color salmón gracias a la cual se les conoce hoy.

El carácter santiaguino de las poblaciones indígenas fue cordillerano, ya que sus antiguos habitantes se desplazan desde el valle a la precordillera. El cronista Bibar describe estos grupos mediante su referencia a los Puelches, cazadores-recolectores del área andina meridional:

Dentro de esta cordillera a quince y a veinte leguas hay unos valles donde habita una gente, los cuales se llaman " puelches" y son pocos. Esta gente no siembra. Sustentase de caza que hay en estos valles. Hay muchos guanacos y leones y tigres y zorros y venados pequeños y anos gatos monteses y aves de muchas maneras. Y de toda esta caza y montería se mantienen que la matan con sus armas, que son arco y flechas”.

Bibar., Jerónimo de. Crónica y Relación Copiosa y Verdadera de los Reinos de Chile. 1979 [1558]. Edición de Leopoldo Sarez‑Godoy. Colloquium Verlag Berlín. Pág. 163.

IV. La presencia del Tawantinsuyo en Santiago

La presencia del imperio de los Incas en Chile Central se explica por la lenta influencia de esta cultura tanto en la vertiente oriental andina como en el Norte Chico chileno. Ya en el siglo XV ya estaba en el actual territorio chileno trazando caminos y construyendo tambos y poblados. La presencia del Tawantinsuyo en la cuenca de Santiago no solo propuso nuevos estilos decorativos a los artesanos de la cultura Aconcagua, también impuso nuevos conceptos en la ordenación del territorio a través de un sistema de urbanización y distribución de las fuerzas productivas en la esfera de la actividad minera y metalúrgica. En todo el territorio hay una importante cantidad de establecimientos como pucaras, tambos, adoratorios, sistema caminero, cementerios, poblados, además del esfuerzo estatal desplegados para adecuar nuevos terrenos agrícolas para cultivos.

La información documental del siglo XVI y XVII ubica el acceso al área meridional andina de la cultura inca y sus esfuerzos conquistadores aproximadamente entre los años 1460 ‑ 1480, durante la hegemonía de Topa Inca Yupanqui. La cuenca de Santiago en tiempos del Tawantinsuyo fue un escenario al que llegaron poblaciones pertenecientes a la cultura Diaguita y de la vertiente oriental andina, llamados Huarpes. La expansión de la cerámica de estas culturas y su influencia en los antiguos ceramistas santiaguinos muestra su expansión en la cuenca.

V. Los habitantes hispanos en la cuenca santiaguina. Los desafíos de un nuevo escenario.

Si observamos en la actualidad la cuenca de Santiago, podemos reconocer lugares donde no se han producido cambios radicales en los bosques y prados. Estas son áreas relictuales que nos permiten conocer las antiguas características biogeográficas de un valle donde existía una amplia variedad de fauna silvestre que proveyó de alimento a sus antiguos habitantes.

Un cronista español nos describe los recursos naturales del valle del río Mapocho, mencionando:

“Esta la ciudad de Santiago en un hermoso y grande llano, como tengo dicho. Tiene a cinco y seis leguas montes de muy buena madera. Que son unos árboles muy grandes / que sacan muy buenas vigas”.

Bibar, Jerónimo Crónica y Relación Copiosa y Verdadera de los Reinos de Chile. 1979 [1558] Edición de Leopoldo Sarez‑Godoy. Colloquium Verlag Berlín. Págs. 158-159.

Tras su llegada y fundación de la ciudad, los primeros de los españoles debieron enfrentar la oposición de la población aborigen. Asentados en el emplazamiento del actual centro de la ciudad de Santiago, sobrellevaron el asalto y la destrucción de la ciudad el 11 de Septiembre de 1541, por los contingentes del cacique del Valle de Aconcagua, Michimalonco. Perdiéndolo todo, y sin actividades productivas, debieron utilizar los pocos recursos que conocían para subsistir es resumido en las siguientes palabras:

“...y a muchos de los cristianos les era forzado ir un día a cavar cebolletas para se sustentar aquél y otros dos y acabadas aquéllas, tornaba a lo mismo, y las piezas todas de nuestro servicio y hijos con esto se mantenían y carne no había ninguna”.

Pedro de Valdivia. Cartas de Don Pedro de Valdivia que tratan del Descubrimiento y Conquista de la Nueva Extremadura. Transcripción y notas de Mario Ferreccio Podestá. Editorial Andrés Bello, Editorial Lumen. Edición facsímil realizada en conmemoración del Quinto Centenario del Encuentro entre Dos Mundos. España. [1545-1552].

Por más de un año Pedro de Valdivia y su hueste subsistieron en condiciones de asedio y carencia, en condiciones críticas que él mismo nos comenta:

“... y hijos de cristianos y la mayor parte de sus padres se mantuvieron con las cebolletas y legumbres dichas todo este tiempo, que, a fe, pocos comieron en él tortillas

Pedro de Valdivia. Carta III, 1545; pág.86.

Para comprender los efectos en la naturaleza por el crecimiento de la ciudad de Santiago, debemos considerar que su crecimiento exigió el aumento de los requerimientos de materiales de construcción de casas, edificios y templos, y de las necesidades energéticas para cocina y calefacción de su población, aspectos que precipitaron un sensible proceso de transformaciones de los ecosistemas del valle y la precordillera, como por ejemplo, su deforestación. Esto redundó en la progresiva eliminación de las barreras naturales del escurrimiento de las aguas desde el área precordillerana hacia las zonas bajas, provocando mayor potencia y regularidad de aluviones. En el siglo XVII, cuando mejoró el valor del trigo en el mercado limeño, se incrementó considerablemente la superficie agrícola productiva y el proceso de deforestación aumentó.

El Cabildo de Santiago intentó administrar los pocos recursos forestales precordilleranos, particularmente los cajones de los ríos Mapocho y Maipo. Ellos se utilizaron de acuerdo a las ordenanzas del Cabildo mediante la concesión de mercedes de maderas. Su obtención era costosa ya que requería de herramientas, taladores, cargadores y carretas para su traslado hacia la ciudad. La concesión formal de licencias “para cortar unos palos del monte” impuso la prohibición de la venta de la madera y multas de mil pesos por su trasgresión, además de una multa de quinientos pesos si excedía la cantidad de madera indicada por el Cabildo.

La ordenanza para el corte de la madera del Cabildo procuraba la conservación de los árboles para la renovación anual el bosque y producción sostenida de madera y leña, prohibiendo la tala definitiva de ellos. Así el Cabildo determina que:

“… por cuanto hay ordenanza antigua muy conveniente para el bien de esta ciudad, de que todos los que cortaren madera en el monte de los términos de esta ciudad de propios de ella, sean obligados en la madera que cortaren para quemar, ó para otra cosa, á dejar en el árbol que cortaren, horca y perdón, y no lo hacen, porque cortan el árbol hasta el nacimiento, de que es muy gran daño y perjuicio, porque en breve tiempo se acabarían los montes; por tanto, ... mandaron que de aquí adelante los que cortaren madera dejen, como está dicho, horca y perdón en el árbol que cortaren, so pena que al que se le encontrare, si fuere yanacona, pierde el hacha y se la tome el alguacil, la cual se aplica para él, y le sean dados cincuenta azotes; y si fuere español, incurra en pena de cuatrocientos pesos, la mitad para el alguacil y la otra mitad para los propios de esta ciudad …”

Cabildo de 18 de Agosto de 1559. CHCh. Vol. XVII. Actas del Cabildo Vol. II. Santiago, Chile. 1898. Pág. 88.

VI. Relatos de Santiago y sus habitantes en el siglo XVI

Pedro de Valdivia, encabezando a la hueste hispana, llegó a Santiago hacia fines de 1540, momento en que:

“...pasaron al deseado valle de Mapocho, donde alojó en la Chimba, a la orilla del río, y a la parte norte: y queriendo hacer allí un fuerte, y principio de ciudad, por juzgar el sitio por apropósito; le salio el cacique Loncomilla, que quiere decir cabeza de oro, señor del valle de Maipo a dar la paz, y le dijo: que no poblase en la Chimba, que otro mejor sitio había de la otra banda del rió, a la parte del sur, donde los Ingas habían echo una población, que es el lugar donde hoy esta la ciudad de Santiago

Rosales, Diego de. Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano. [1670] 1989. Segunda edición revisada por Mario Góngora. Tomo I Editorial Andrés Bello. Santiago Chile. Pág. 340.

En corta habitación en las cercanías del cerro San Cristóbal y Montserrat, el contingente hispano construyó un campamento temporal del que no se conocen vestigios. Durante ese período los lonkos del valle de Aconcagua y Mapocho reciben a Valdivia, destacando un lonko

"...llamado Michimalongo nombrado con gran solemnidad, según su costumbre. En este ínterin llegó el ejercito de los cristianos al valle de Mapuche, hizo asiento en quince de Enero de mil y quinientos y cuarenta y uno, donde halló un cacique llamado Vitacura, que era indio del Perú puesto en este valle por el gran inga rey peruano; el cual habiendo conquistado parte del reino de Chile, tenia puestos gobernadores con gentes de presidio en todas las provincias hasta el valle de Maipo, que está tres leguas mas adelante de este valle de Mapuche, y estos gobernadores se llamaban orejones..."

Lovera, Pedro Mariño de Crónica del Reino de Chile escrita por el capitán Don Pedro Mariño de Lovera dirigida al Exmo. Señor don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, Vice-rei y Capitán General de los Reinos de Perú y Chile. Reducida a Nuevo Método y estilo por el padre Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesus. [1580] 1865. CHCh. Tomo VI. Imprenta del Ferrocarril. 1865. Santiago, Chile. Pág. 45.

La cuenca de Santiago aún conservaba la fisonomía cultural y étnica que le proporcionó el Tawantinsuyo. Esto le dio a Valdivia una coyuntura favorable dado su experiencia con el pueblo quechua. Así el cronista comenta que

"De estos indios vemos muchos en el Perú, que residen en la ciudad del Cuzco; de la cual habían sido enviados por el gran inga a Chile los que hemos dicho, i se llamaban Mitimaes; y de estos era el sobredicho Vitacura; el cual por ser indio del Perú, recibió con buen semblante a los españoles. Por esta causa, y no menos por la grande anchura, fertilidad y sanos aires de este valle, que es de los mejores de las Indias, y aún de toda la cristiandad, determinó el general de hacer aquí asiento, i aún de dar traza en fundar una ciudad lo más breve que pudiese"

Lovera, Pedro Mariño de Crónica del Reino de Chile escrita por el capitán Don Pedro Mariño de Lovera dirigida al Exmo. Señor don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, Vice-rei y Capitán General de los Reinos de Perú y Chile. Reducida a Nuevo Método y estilo por el padre Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesus. [1580] 1865. CHCh. Tomo VI. Imprenta del Ferrocarril. 1865. Santiago, Chile. Págs. 45-46.

Los españoles aprovechaban las construcciones incaicas como tambos, habitaciones, caminos y puentes. El terreno de Santiago fue humana y culturalmente configurado por las comunidades antecedentes, y los españoles utilizaron esta ventaja. Al respecto un cronista nos informa sobre la población mitmakuna desplazada, indicando:

"...nos han de ceder el terreno que corre al rededor del cerro Huelén, ocupado por el cacique Huelen-Huala, que está aquí presente. En compensación de esta pequeña parte de tierra, le daremos para que se establezca lo que posee el pueblo de los Mitimaes del Inca, situado en Talagante, con la acequia que la baña, y a ellos traeremos a vivir entre nosotros..."

Carvallo y Goyeneche, V. Descripción Histórico-Jeográfica del Reino de Chile. CHCh.. Tomo VIII. Pág. 19

Otro aspecto relevante para comprender la opción de los españoles de asentar el poblado en estos derroteros es su propia percepción del espacio geográfico. Las descripciones geográficas de la zona nos ilustran sobre la visión de los españoles de esta cuenca. Un cronista hispano comenta:

“...Hace muro a este feracísimo valle de Mapocho por la parte del oriente la cordillera nevada (que se ve toda blanca de nieve en el invierno y a manchas en el verano), y al poniente la cuesta y áspera montaña de Poangue, Carén y Lampa (cuyo pie podemos decir que calza oro fino, por ser de tan subidos quilates el que se haya en las ricas minas que hay en todo él, de que se sacó mucho cuando se labraban... que por todas partes cerca este valle, el cual cría en varias partes de sus quebradas frecuentes minas de oro...”

Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile [1646]. Antología y Prólogo de Raúl Silva Castro. Biblioteca Cultura Editorial Zig Zag. 1961. Santiago, Chile. Págs. 55-56.

Los criterios de selección del lugar de habitación de los hispanos eran estratégicos, anticipando su protección de los naturales y su acceso básico a materiales de construcción, combustible, agua, mano de obra para la actividad constructiva y productiva minera. Los españoles siempre comprendieron que los indígenas asegurarían su existencia, y destinaron todos sus esfuerzos en convertirla en fuerzas productivas organizadas, indispensables para el proyecto colonial. El padre Alonso Ovalle comenta sobre la ciudad:

En este valle, dos leguas de la cordillera a la orilla del río Mapocho, crió Dios un cerro de vistosa proporción y hechura, que sirve de atalaya, de donde a una vista se ve todo el llano como la palma de la mano, hermoseado con alegres vegas y vistosos prados en unas partes y en otras de espesos montes de espinales, de donde se corta la leña para el común uso de la vida humana. Al pie de este cerro (que es de moderada altura y tendrá de circuito poco más o menos de dos millas) hallaron los castellanos poblados gran suma de indios, que, según refieren algunos de los autores que tengo citados, llegaban a ochenta mil, y pareciendo al gobernador Pedro de Valdivia que, supuesto que los naturales de la tierra habían poblado en este lugar, sería sin duda el mejor de todo el valle,...//...le eligió para fundar, como lo hizo, la ciudad de Santiago, a 24 de Febrero de 1541, la cual está en treinta y cuatro grados de altura, y darle de longitud sesenta y siete, distante del meridiano de Toledo mil novecientos ochentas leguas”.

Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile [1646]. Antología y Prólogo de Raúl Silva Castro. Biblioteca Cultura Editorial Zig Zag. 1961. Santiago, Chile. Págs. 56-57.

En lo formal la ciudad cumplía con las Ordenanzas de 1523 del Emperador Don Carlos V, trazada en un plano para los espacios habitacionales junto a estructuras de defensa por el alarife Gamboa, materializadas mediante estacas y maestras de cordel en terreno. Su proximidad al río de los Mapuche también era una ventaja defensiva, junto con asegurar una condición vital para la sobrevivencia de la futura ciudad. Así lo relata Diego de Rosales:

Planto Valdivia su campo en el valle de Mapocho, que propiamente se llama Mapuche, que quiere decir Valle de gente, por la mucha, que en el había, y de ay tomó el rió ese nombre: mas los españoles, y el tiempo a corrompido el vocablo, y en lugar de Mapuche, le llaman Mapocho. Dio vuelta al valle mirando los asientos, y la hermosura de sus campañas y llanura, que es de los mejores y mas fértiles valles del Reino, fecundado de un rió, que liberal reparte sus aguas por diferentes sangrías, para que todos rieguen sus sembrados...”

Rosales, Diego de. Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano. [1670] Segunda edición revisada por Mario Góngora.Tomo I Editorial Andrés Bello. 1989. Santiago Chile. Págs. 340-341.

Los españoles disfrutaron de un territorio hermoso y privilegiado en recursos. La tierra se mostraba fértil, y los indígenas fueron destinados a trabajarla para los españoles. Un cronista comenta del valle:

... tiene su invierno y verano como el de España, aunque en los meses es totalmente opuesto, pues en el que comienza el verano en Castilla comienza acá el invierno, y al contrario; de suerte que por Navidad cuando en España es el mejor estalaje el que está más cerca de la chimenea es acá gloria andar de huerta en huerta entre frutales, y pasear los campos verdes, y florestas deleitables que las hay en esta tierra con tantas ventajas, y con tanta fertilidad y abundancia de todas frutas que se hayan en Europa...”

Lovera, Pedro Mariño de. Crónica del Reino de Chile escrita por el capitán Don Pedro Mariño de Lovera dirigida al Exmo. Señor don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, Vice-rei y Capitán General de los Reinos de Perú y Chile. [1580] 1865. Reducida a Nuevo Método y estilo por el padre Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesus. C.H.CH.-D. R. H.N. Tomo VI. Imprenta del Ferrocarril. 1865. Santiago, Chile. Pág. 48.

El aire diáfano, el cielo siempre azul, el imponente macizo andino y la extensión del territorio quedaron grabados en los hispanos. El relato del padre Rosales, tomado de Ovalle, agrega algunos antecedentes adicionales del territorio:

Hacen muro a este hermoso valle de Mapocho por la parte de oriente la cordillera nevada que se be toda blanca de nieve en el invierno, y por partes en verano, y al poniente las cuestas ásperas de Poangue, Caren, y Lampa, cuyos pies se puede decir que calzan oro fino, por ser de tan ricos quilates, el que se haya en sus minas, de que se sacó mucho, cuando se labraban. Por la banda del norte, y del sur le rodean otros pequeños cerros, que todos le sirven de guirnalda al valle, el cual regado de las muchas acequias que se sacan, da en los hermosos y aseados jardines de la ciudad mucha variedad de flores, y árboles frutales, y en las chacras, y sementeras diversidad de frutos, sin que aya palmo de tierra a manera de decir desocupado, en circunferencia de más de veinte y cinco leguas; que tiene este fecundo valle, ocho de septentrión a medio día de Colina a Maipu, y otras siete o ocho de Leste a oeste; desde la cordillera a Caren; todo el un vergel continuado de sementeras de trigo, cebada, maíz, porotos, garbanzos, alverjas, abas, anís, cominos, berenjenas, zanahorias, melones, sandias, tomates, ají, lentejas, fruta...”.

Rosales, Diego de. Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano. [1670] Segunda edición revisada por Mario Góngora .Tomo I Editorial Andrés Bello. 1989. Santiago Chile. Pág. 341.

Pedro Mariño de Lovera nos describe la situación de la caída demográfica de la población indígena, subordinada bajo las encomiendas y repartimientos de Valdivia. El cronista comenta:

Verdad es que con haber cincuenta y cinco años que se conquistó esta tierra no ha crecido mucho el número de la gente española pues lo de esta ciudad de Santiago con ser la cabeza del reino no pasan de quinientos hombres habiéndose disminuido tanto los indios que apenas llegan los de este valle a siete mil en el año en que estamos que es el de mil y quinientos y noventa y cinco, con haber hallado en él los españoles el año de cuarenta y uno pasados de cincuenta mil, y aún los de este sitio son los mejor librados; porque los de otras partes han ido y van en mayor disminución con las incesantes guerras...”

Lovera, Pedro Mariño de. Crónica del Reino de Chile escrita por el capitán Don Pedro Mariño de Lovera dirigida al Exmo. Señor don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, Vice-rei y Capitán General de los Reinos de Perú y Chile. [1580] 1865. Reducida a Nuevo Método y estilo por el padre Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesús. CHCh. Tomo VI. Imprenta Del Ferrocarril. 1865. Santiago, Chile. Pág. 50.

Desde los primeros años de la conquista hispana se instituyó la ciudad como centro de dominio, coerción y adoctrinamiento de la población indígena, y su primera expresión fue el desarrollo de una sistemática carga de trabajo al indígena por parte del encomendero hispano, sustituyéndose así el sistema implantado en otras áreas de hispanoamericana de carga fiscal directa sobre el indígena por el de “encomienda”.

El sistema colonial de imposición de trabajo y control de los espacios productivos agrícolas y mineros no podía verse vulnerado frente a alguna consideración por los derechos naturales y territoriales de las comunidades indígenas, aún cuando estas poseyeran un estatus jurídico particular proporcionado desde la metrópoli. La “merced de tierra” y la “encomienda” encerraban un sistemático despojo y una extenuante fiscalidad a los indígenas.

El siglo XVI es un período de reproducción social y cultural hispano que hace posible el desarrollo del esquema colonial temprano. Su subsistencia dependió del grueso de la mano de obra indígena del sistema productivo minero y agrícola. La abolición de la institución social del servicio personal, no acabó con la tributación y el desmedro de su situación de subsistencia. Más tarde, el edicto del 7 de Febrero de 1789 significaba la exoneración del grupo social indígena de su importancia económica y de su sistemática explotación por la sociedad hispano - criolla, debido a su sustitución por un grupo social de relevo conformado por los mestizos.


VII. Relatos de Santiago en el siglo XVII

El Santiago colonial mantenía la belleza primigenia de la cuenca. Sus campos y huertas pintaban las extensiones de terreno más allá de sus casas y calles de tierra. Desde Coquimbo, comenta un cronista hispano, la gente es

"... pobre la de este pueblo por la falta de indios que labren y laven el oro. Desde aquí se va por tierra por la Costa arriba a la ciudad de Santiago que está 70 leguas tierra llana y escombrada de árboles, sino es en los valles por donde pasan ríos. Esta ciudad es cabeza de la Gobernación.[...]. Esta ciudad está situada al pie de la cordillera general. Esta a diez leguas de la mar y del puerto diez y ocho leguas. Esta ciudad y el puerto en 32º grados. Hay en esta ciudad la Catedral que es el obispado de Santiago, que es fraile de San Francisco. Hay cinco conventos de frailes Franciscos, Dominicos, Agustinos y Mercenarios y Padres de la Compañía. Aquí hay gente rica por que todo el trato de Chile es abundante de oro, aunque no tiene más de 20 quintales y 21 el que más. Es oro lavado suelto que se lava en las quebradas. Tiene todos los frutos de España y algunos de la tierra que dijimos arriba y abundante de carnes y pescado. Esta situada orilla de un rió del cual se sacan muchas acequias que riegan la tierra. Tiene este pueblo 500 vecinos..."

Ocaña, Diego de. Viaje a Chile. Relación del Viaje a Chile, año de 1600, Contenida en la Crónica de Viaje Intitulada "A Través de la América del sur".[1600] Prólogo de Lorena Loyola Goich. Introducción y Notas de Eugenio Pereira Salas. Primera edición, 1995. Editorial Universitaria. Santiago, Chile. Pág. 33.

La ciudad creció enmarcada al sur por la Cañada y al norte por el río Mapocho, flanqueada al oriente por el cerro Santa Lucía. Su fisonomía era ordenada, estrecha y semejante a un tablero damero. La idealización contenida en la recreación gráfica de la ciudad de Santiago de Felipe Guamán Poma de Ayala en nada guarda relación con el campamento amurallado de Valdivia ni la ciudad colonial. Su representación de un recinto amurallado solo podría acusar el conocimiento de este autor del alzamiento Mapuche y las necesidades defensivas de la ciudad.

El primer plano de Santiago de Alonso de Ovalle denominado “Prospectiva y Plano de la Ciudad de Santiago”, contenido en su Histórica Relación del Reino de Chile de 1646, muestra la ciudad organizada bajo sus principales hitos geográficos: el río Mapocho, su Cañada, el cerro Santa Lucía, además del bosquejo de sus tajamares junto a una ampliación del espacio urbano que supera por mucho a la ciudad real en sus extensiones hacia el sur de la cañada, el área poniente y el área norte del barrio de la Chimba. Sus representaciones de edificios y Catedrales evocan el modelo de ciudad europea humanista clásica, con su ejemplo en la ciudad de Roma.

Felipe Guamán Poma de Ayala, quién nunca conoció estas latitudes, recogió información fidedigna del carácter del territorio presumiblemente por medio de autoridades coloniales, comerciantes o información recogida por viajeros. Este autor nos informa:

La dicha ciudad de Santiago de Chile, esta dicha ciudad se edificó en tiempo del virrey don Francisco de Toledo y del rey don Felipe el segundo. Esta dicha ciudad y temple y fruta y de todo lo demás es comparado a lo de castilla, a lo menos como de la tierra de Jerusalén y es del derecho de ella. Y así la tierra cría tan buen pan y uno y frutas, arboledas, casa santa y carne, todo gordura y salud de los hombres y multiplica la senté, rica de comida y de oro y falto de plata y los hombres sanos y fuertes aunque sea viejo de ochenta años, fuerte. Y así los indios son fuertes, animosos para mucho las comidas se dan en piedras, agua temporal y la mejor tierra del mundo, pero belicosos indios bravísimos... y esta ciudad está con gran riesgo y peligro de los indios de Chile, buena gente cristiana. Y tiene caridad y sirve a Dios y a su Majestad y bien criados. Y tiene grandísimo bastimento de comida esta dicha ciudad de Chile

Guamán Poma de Ayala, Felipe. El Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno[1613]. Edición crítica por John V. Murra y Rolena Adorno. Traducciones y análisis textual del quechua por Jorge L. Urioste. Siglo Veintiuno Editores. Tercera Edición, 1992. Impreso en México. Pág.987

Conocedor de la modelación urbana de la ciudad, Diego de Rosales hace una descripción de su proceso formativo y de sus materiales de construcción desde el siglo pasado, comentando:

“...al principio, se hicieron las casas de paja, que siempre, se comienza por poco, y la Iglesia fue de lo mismo; pero después, como los caudales crecieron, y los ánimos se ensancharon, se edificaron casas muy curiosas, unas de piedra, y otras de adobes, con portadas curiosas de ladrillo acrecentándose cada día el adorno, y ajuar de las casas con vistosas pinturas, y mucho homenaje. Hico la Iglesia mayor un templo suntuoso de tres naves, sobre vistosa arquería de piedra blanca de mampostería, y los conventos con emulación, y con deseo de que luciese en ellos el culto divino, los hicieron también de piedra de mampostería, y otros de adobes, con enmaderaciones muy curiosas, y mucha tableria y artesones, torres y adornos de Iglesias, retablo, y santos de culto; de modo que a los cien años de la fundación parecía una ciudad muy antigua en la hermosura de los templos, curiosidad de las casas, y lustres de la ciudad cuando poco despues vino un temblor, de que diremos mas por extenso en su lugar, y derribó los templos, arrasó las casas, y destruyó la ciudad, dejando solo exento de esta ruina, aunque mal tratado el hermoso de San Francisco, para consuelo de todos”.

Rosales, Diego de. Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano. [1670] Segunda edición revisada por Mario Góngora.Tomo I Editorial Andrés Bello. 1989. Santiago Chile. Pág. 341.

Una visión literaria de la ciudad colonial acuñada años antes de la de Rosales la encontramos en los relatos del padre Antonio Vásquez de Espinosa, aunque es probable que este nunca haya alcanzado el área central de Chile. Sus antecedentes pudieron ser recogido en su visita a Cuyo o mediante noticias llegadas a Lima. Su relato encierra un esbozo del rostro de Santiago y características sociales en formación. Nuestro cronista comenta:

"La ciudad de Santiago de Chile fundó, y pobló el gobernador Pedro de Valdivia a 24 de año de 1541, que fue la primera del reino, corte, y cabeza de él, la cual está en un llano de la ribera del río Mapocho, 18 leguas del puerto de Valparaíso, y cinco de la Cordillera Nevada, que tiene al oriente, por esta parte tiene un cerro llamado de Santa Lucia que le hace algún abrigo, en 33 grados antárticos. La ciudad está sujeta a inundaciones, cuando viene el rió de avenida, aunque se le ha hecho algún reparo de estacas y terraplenes, coge sitio de una muy populosa ciudad, porque todas las casas tienen grandes sitios con huertas y jardines dentro de ellas. El año de 614 tenía catorce cuadras de largo este oeste por la ribera del río, seis de ancho norte sur, siempre se ha ido edificando, tenía en el referido año de 614, 346 casas, las 285, de muy buen edificio con sus huertas, y jardines con todas las frutas de España, por excelencia buenas, valdrían estas casas unas con otras 4.000 pesos. Las 61 restantes de poco precio; algunas de ellas cubiertas de icho, o paja, había 44 tiendas de mercaderes y pulperías"

Vásquez de Espinoza, A. Descripción del Reino de Chile extraído de " Compendio y Descripción de las Indias Occidentales". Introd. Sergio Villalobos 1986. Colección Sociedad, Tiempo y Cultura. I.P. Blas Cañas. Pág. 40.

La ciudad, de trazo en damero, ya había dejado su faz de campamento militar que daba paso apretadamente a la vida entre apuros por comestibles y constantes reyertas con las huestes indígenas, para convertirse en un poblado con amplias huertas cruzadas por acequias extraídas del Mapocho. Así la vida fue sensiblemente menos dura que en aquellos años de la conquista:

"Vivían en las casas referidas 306 hombres casados, y 230 solteros, al presente se ha extendido más la ciudad y se van labrando casas: de la otra parte del río, que llaman la Chimba, hay un arrabal con muchas chacras, o jardines, donde hay olivares, viñas, melocotones, duraznos, membrillos, granadas, peras, manzanas camuesas, albaricoques, ciruelas, guindas, higos, muy buenos melones, y frutillas de Chile que son grandes fresas"

Vásquez de Espinoza, A. Descripción del Reino de Chile extraído de " Compendio y Descripción de las Indias Occidentales". Introd. Sergio Villalobos 1986. Colección Sociedad, Tiempo y Cultura. I.P. Blas Cañas. Pág. 40-41.

En la segunda década del siglo XVII, la ciudad contaba con una Plaza Mayor donde se centraba toda la actividad comercial, el abasto de productos agrícolas y artesanales de manos indígenas. Como ciudad no solo contaba con Audiencia, también

"...Hay en la ciudad de Santiago Iglesia Catedral, con obispado, y nueve prebendados que la asistan, y sirven, y 35 clérigos con los doctrineros, que acudían a decir misa a las chacras y haciendas. Hay demás de la Matriz dos iglesias parroquiales, que son la de San Lázaro, y San Saturnino: cinco conventos, Santo Domingo tenía 70 religiosos, con una renta, una chacra, viña, y una estancia con 6 negros para el beneficio de ella. San Francisco tenía 40 religiosos. San Agustín 30, tenía chacra, y viña con 6 negros para el servicio y beneficio de ella. La Merced 40 religiosos, con alguna renta, chacra, viña y estancia y ganado. La Compañía Tenía poco más de 30 religiosos, con alguna renta, viña, chacra, y estancia con 20 negros para el servicio y beneficio de las haciendas, en este estado estaban las cosas de la ciudad de Santiago de Chile en 614"

Vásquez de Espinoza, A. Descripción del Reino de Chile extraído de " Compendio y Descripción de las Indias Occidentales". Introd. Sergio Villalobos 1986. Colección Sociedad, Tiempo y Cultura. I.P. Blas Cañas. Pág. 41.

La Iglesia se constituía como un brazo dinamizador de la sociedad colonial, además de opresor de economías, voluntades y conciencias. La ciudad era el espacio ideal de una activa cruzada, donde los indígenas no solo eran un campo fértil sino también cientos de mestizos y españoles pobres, hacia quienes las acciones del gobierno eran intangibles; hombres y mujeres para quienes...

"Tiene la ciudad de Santiago un hospital para curar los pobres enfermos, donde pone el gobernador un mayordomo, para que administre los bienes del dicho hospital, para la cura, y regalo de los pobres enfermos, tiene la renta de 700 pesos de a ocho reales, y otros 700 del medio por ciento, que se le da del noveno; demás de lo referido, tiene molino de pan, chacra, y estancia de ganados; ya han entrado en él para el servicio y cura de los pobres los religiosos de Juan de Dios"

Vásquez de Espinoza, A. Descripción del Reino de Chile extraído de " Compendio y Descripción de las Indias Occidentales". Introd. Sergio Villalobos 1986. Colección Sociedad, Tiempo y Cultura. I.P. Blas Cañas. Pág. 42.

Las inundaciones y salidas de madre del río Mapocho en los inviernos de los años 1604 y 1609 obligaron a sus habitantes a construir cabrías de madera y murallas de piedra a modo de tajamares. El río que alimentaba a la ciudad se transformaba en su más mortal enemigo. Las aguas del Mapocho regaban los huertos, sembrados y las viñas de su extensión. También daban de beber a sus habitantes mediante sus fuentes y manantiales. La precariedad de la existencia del hombre en la colonia temprana se consignaba trágicamente por la sucesión de enfermedades y pestes, terremotos y plagas que sobresaltaban a sus habitantes de la aparente modorra colonial.

Las calles de la ciudad eran espaciosas para sus habitantes, algunas con calzadas de piedra y recorridas de este a oeste por sus acequias en el centro de la calle de tierra. Para Alonso Ovalle

“...La planta de esta ciudad no reconoce ventaja a ninguna otra y la hace a muchas ciudades antiguas que he visto en Europa, porque está hecha a compás y cordel en forma de un juego de ajedrez, y lo que en éste llamamos casa, que son los cuadrados blancos y negros, llamamos allí cuadras que corresponden a lo mismo que decimos en Islas, con esta diferencia, que éstas son unas mayores que otras, unas triangulares, otras ovaladas o redondas; pero las cuadradas son todas de una misma hechura y tamaño, de suerte que no hay una mayor que la otra y son perfectamente cuadradas; de donde se sigue que de cualquiera esquina en que un hombre se ponga, ve cuatro calles: una al oriente, otra al occidente y las otras dos a septentrión y a mediodía, y por cualquiera de ellas tiene la vista libre, sin impedimento hasta salir al campo. Cada una de estas cuadras se divide en cuatro solares iguales, de los cuales se repartieron uno a cada vecino de los primeros fundadores y a algunos les cupo a dos; pero con el tiempo y la sucesión de los herederos se han ido dividiendo en menores y menores...

Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile [1646]. Antología y Prólogo de Raúl Silva Castro. Biblioteca Cultura Editorial Zig Zag. 1961. Santiago, Chile. Pág.57.

El mismo Ovalle continúa su descripción:

“...Las calles de esta ciudad son todas de una misma grandeza y medida, y tan anchas que caben muy holgadas en ellas tres carrozas juntas: tienen todas de la una banda y de la otra sus calzadas de piedra y el espacio intermedio queda libre para el trajín de las carretas... Es esta Cañada absolutamente el mejor sitio del lugar, donde corre siempre un aire tan fresco y apacible que en la mayor fuerza del verano salen los vecinos que allí viven a tomar el fresco a las ventanas y puertas de la calle: a que se añade la alegre vista que de allí se goza, así por el trajín y gente que perpetuamente pasa, como por las salidas que hay a una y otra parte y una hermosa alameda de sauces con un arroyo que corre al pie de los árboles, desde el principio hasta el fin de la calle: y el famoso convento de San Francisco... es muy airosa, y de lo alto de ella se goza por todos lados de bellísimas vistas, que son de grandísimo recreo y alegría

Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile [1646]. Antología y Prólogo de Raúl Silva Castro. Biblioteca Cultura Editorial Zig Zag. 1961. Santiago, Chile. Pág.611-62.

La ciudad es descrita en los mismos términos por Diego de Rosales:

La planta de la ciudad, es de hermosas, y bien trazadas, que ay; porque en medio tiene una plaza muy capaz con su fuerte, y las calles son todas de una misma grandeza y medida de veinte y cinco pies geométricos; y toda la planta de la ciudad dividida en cuadras con cordel, como los cuadros de ajedrez, y todas las cuadras son de una misma anchura; y tamaño de cuatrocientos pies geométricos, con que poniéndose en una esquina de calle, se ven cuatro calles derechas, sin que salga ninguna casa, un pie mas, que las otras; sino que todas están en policía, y concierto con sus calzadas de piedra para andar en el invierno por las calles sin los enfados del lodo. Cada una de estas cuadras se dividen en cuatro solares, que aunque están continuados y solo de cuadra, a cuadra ay división de calle, tienen entre si varias divisiones; porque fue necesario, para que hubiese sitios de vivienda, para cada vecino.... Los conventos y algunos, que necesitan de mayor vivienda, tienen solares enteros; Y en una calle que quedó muy anchurosa, que llaman la Cañada, y estaba fuera de la ciudad, se han acrecentado tanto las casas, que ya esta muy dentro”

Rosales, Diego de. Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano. [1670] Segunda edición revisada por Mario Góngora .Tomo I Editorial Andrés Bello. 1989. Santiago Chile. Pág. 341.

Los terrenos aledaños de la ciudad son descritos por Alonso Ovalle con toda su belleza que hoy solo es observable en pequeños reductos naturales ubicados en las proximidades de la actual ciudad:

Descúbrese por una partes grandes manchas de flores amarillas que cubren la tierra, de manera que en grandes espacios no se ve otra cosa; en otras, de blancas, azules y moradas; allí se ven los prados verdes y cruzar por entre ellos los arroyos y acequias del río Mapocho, el cual todo se da a una vista, a los que de este alto miran, ya corriendo por su madre, ya dividido en brazos, y ya desangrando por varias partes de aquellos valles y llanos para fertilizarlos y fecundarlos con su riego. Otras muchas fuentes nacen en este contorno a un cuarto de legua poco más o menos, todas de regaladas aguas y muy saludables

Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile [1646]. Antología y Prólogo de Raúl Silva Castro. Biblioteca Cultura Editorial Zig Zag. 1961. Santiago, Chile. Pág. 54.

Villa de Santiago, 1716.

El carácter del río Mapocho, la imagen de la Cañada y el riesgo permanente en que vive la ciudad colonial es consignado en las palabras del cronista:

Por la banda del norte baña a esta ciudad un alegre y apacible río, que lo es mientras nos e enoja, como lo hace algunos años cuando el invierno es muy riguroso y llueve, como suele porfiadamente, cuatro, ocho y tal vez doce y trece días sin cesar; que en estas ocasiones ha acontecido salir por la ciudad y hacer en ella muy grande daño, llevándose muchas casas, de que aún se ven hoy las ruinas en algunas partes. Para esto han fabricado por aquella banda una fuerte muralla o tajamar donde quebrando su furia el río, echa por otro lado y deja libre la ciudad. De este río se sangra por la parte del oriente un brazo o arroyo, el cual dividido en otros tantos cuantas son las cuadras que cuentan de norte a sur, entra por todas ellas, de manera que a cada cuadra corresponde una acequia, la cual entrando por cada una de las orientales va atravesando por todas las que se le siguen a la hila y consiguientemente por todas las calles transversales, teniendo en éstas sus puentes para que puedan entrar y salir las carretas que traen la provisión a la ciudad; con que no viene a haber en toda ella cuadra ni casa por donde no pase un brazo de agua muy copioso que barre y lleva toda la basura e inmundicias del lugar dejándolo muy limpio...”

Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile [1646]. Antología y Prólogo de Raúl Silva Castro. Biblioteca Cultura Editorial Zig Zag. 1961. Santiago, Chile. Pág. 559-61.

El santiaguino se modela como un hombre estoico ante la naturaleza, esforzado, religioso y dedicado a los afanes de la caballería, jugador, hábiles en las armas. Las fuerzas militares con que contaba la ciudad se constituía fundamentalmente por los encomenderos y la guardia del gobierno, y no sobrepasando la tropa en doscientos hombres hacia 1640. Los habitantes de la ciudad gozan de un paisaje hermoso, aunque afectado por los dilemas inherentes a la vida urbana, principalmente representados por problemas de aseo, higiene y salud pública que se agudizaron por la pobre administración de la basura y los desechos orgánicos de las huertas, los animales y las personas. Pozos negros, acequias y enterramientos de basura y escombreras son los medios de eliminar los desechos.

Santiago es una ciudad de calles polvorientas por el viento de verano, que se transforma en verdaderos ríos de lodo en invierno. El siglo XVII trae el empedrado de las calles principales como la calle del Rey, principalmente por su importancia para los actos públicos cívicos y religiosos. El principal espacio de convivencia, información y policía es la Plaza Mayor, rodeada de edificios de ladrillos de una planta, entre los que se encuentran las Casas Reales, en el ángulo nordeste, la Real Audiencia y la Cancillería en el centro de la vereda norte, y la Casa del Cabildo en el extremo, donde hoy se sitúa la actual Municipalidad de Santiago.

Alonso Ovalle intenta bosquejar el carácter de la ciudad comentando:

Es esta ciudad (a quien dio el rey título de la muy noble y leal) la cabeza del reino y una de las mejores de las Indias, excepto la de Los reyes y México, que son más ricas, de más suntuosos edificios y templos, de más gente y de mayor comercio, por ser más antiguas, más vecinas a España y más al pasaje de la gente que va de Europa; y sobre todo, libres de los tumultos de la guerra, que es la polilla que en pocos años suele deshacer ciudades muy grandes y aún reinos enteros; y no es poca prueba de la fuerza que tienen los que sustentándola se mantienen y conservan”.

Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile [1646]. Antología y Prólogo de Raúl Silva Castro. Biblioteca Cultura Editorial Zig Zag. 1961. Santiago, Chile. Págs. 57-58.

Y continúa el autor: “... hay muy pocas ciudades en las Indias que la igualen en las galas y lustre de sus habitadores, particularmente a las mujeres (plugiese a Dios no fuese tanto, que otro gallo les cantara, porque como todo esto va de Europa, vale allá carísimo y así causa esto grandes empeños). Quien viere la plaza de Santiago y viere la de Madrid no hará diferencia en cuanto a esto de la una a la otra, porque no salen más de corte los ciudadanos, mercaderes y caballeros a ésta que aquellas; y si hablamos del aseo y riqueza de las mujeres, en sus adornos y vestidos, aún es mucho más y más universal, porque como las españolas no sirven allá de ordinario, todas quieren ser señoras y parecerlo, según su posible, y la competencia de unas con otras sobre aventajarse en galas, joyas, perlas y preseas para su adorno y libreas de sus criadas (que suelen ser muchas las que llevan detrás de sí) es tal, que por ricos que sean los maridos han menester todo lo que tienen, particularmente si es gente noble, para poder satisfacer a la obligación y decencia de su estado, según está ya recibido

Ovalle, Alonso. Histórica Relación del Reino de Chile [1646]. Antología y Prólogo de Raúl Silva Castro. Biblioteca Cultura Editorial Zig Zag. 1961. Santiago, Chile. Págs. 59.

La casa colonial vuelca la vida familiar y social hispana al interior de sí, en el dominio de su privacidad. Los patios interiores son el lugar de esparcimiento de mujeres que solo aventuran salidas en las visitas a la Catedral o a las iglesia cercana. En el calendario religioso, administrado por el Cabildo que determina los gastos públicos efectuados en estas celebraciones, destaca el día de San Juan, la Pascua de Negros, la navidad de Nuestra Señora, y los días de la Semana Santa, indicados por constantes procesiones y ceremonias en el edificio de la Catedral, en eterna construcción. El día del patrono de la ciudad las fiestas se concentran en la Plaza Mayor, donde el Cabildo tiene un rol protagónico cuando su alférez real luce el estandarte de la ciudad y del Rey, seguido de cajas y clarines, y por cabildantes y autoridades gubernamentales.

El indigenado y el bajo pueblo mestizo y criollo también participó de la vida religiosa, no obstante convergían en chinganas y expendios de mala muerte denominados pulperías, donde podían disfrutar al gusto particular de vino y chica. La calles de Santiago contenían gran bullicio y actividad producto de caballos y carretelas que la cruzaban rumbo a la Plaza Mayor y los Abastos. No olvidemos que en este período el escenario social es una sociedad jerarquizada y estamental inspirada fundamentalmente en las diferencias de sangre, casta, linaje y descendencia legitimadas en el Antiguo Régimen.


VIII. Relatos de Santiago en el siglo XVIII

La primera imagen del Santiago del nuevo siglo la encontramos en la “Relación del Viaje del Mar del sur, a las Costas de Chile y el Perú, Hecho Durante los Años 1712, 1713 y 1714”, realizada por el ingeniero francés Amadeo Francisco Frezier. Ella tiene el plano de la ciudad con noventa y nueve manzanas, incluyendo hitos como la Cañada y el barrio de la Chimba. Consigna hacia el sur de la ciudad la calles de Santa Rosa, que tomaba el nombre del Hospital de San Juan de Dios, destinado a la atención de los pobres de la ciudad, los que literalmente iban a morir al recinto. También destacaban calles como Gálvez, Duarte (calle Cochrane), la Angosta (calle Serrano), y Nueva San Diego. Hacia 1776 la iconografía de la ciudad recibió el aporte de Juan Ignacio Molina y su representación de “S. Giacopo Capitale del Regno de Chile”, de imagen estilizada y representativa de sus elementos estructurales: el río Mapocho, el barrio de la Chimba y el Cerro Santa Lucía.

El ingeniero francés describe la Ciudad de Santiago, capital de Chile:

La ciudad de Santiago está a 33º 40' de latitud austral al pié de esta cadena de montañas, que se llama la Cordillera, la cual atraviesa la América Meridional de norte a sur. Está situada en una hermosa campiña de más de veinticinco leguas de superficie, cerrada al este por el nacimiento de la Cordillera, al oeste por las cuestas de Prado i de Pangue, al norte por el río de Colina i al sur por de Maipo. Fue fundada por Pedro de Valdivia el año de 1541; este conquistador de Chile juzgó de la fertilidad del suelo por haber encontrado en el valle del Mapocho gran número de habitaciones de indios. Habiéndole parecido hermosa la situación del lugar, i apropiada a la idea que tenia de edificar una ciudad, hizo tratar el plano por manzanas cuadradas como un juego de ajedrez, según las mismas medidas de Lima, es decir, de ciento cincuenta varas, o sesenta i cuatro toesas por lado, de donde ha venido esta medida de cuadra, de la que se sirve en el país para amojonar las tierras laborales…

Frezier, M.S. "Relación del Viaje por el Mar del sur a las Costas de Chile i el Perú Durante los Años de 1712, 1713 i 1714 por M.S. Frezier Injeniero Ordinario del Rey". Traducido por Nicolás Peña de la primera edición francesa de 1716. Imprenta Mejia. Santiago, Chile, 1902. Pág. 76.

En su descripción de la traza de las calles, el visitante informa: “... están dispuestas según los cuatros puntos cardinales del horizonte. N., S., E. i O. Tienen de ancho cinco toesas, muy bien alineadas i pavimentadas con piedras chicas divididas por surcos con otras mas grandes que atraviesan dos rampas o distancias iguales i dejan en el medio más o menos dos i medio pies de acequia para limpiarlas o regarlas cuando se quiera. Las que corren de este a oeste reciben el agua de los primeros canales del río i las que cruzan de norte a sur, por las que corren en medio de las manzanas de casa a través de los jardines i de las calles, debajo de puentes de donde se las hace desbordar”.

Frezier, M.S. "Relación del Viaje por el Mar del sur a las Costas de Chile i el Perú Durante los Años de 1712, 1713 i 1714 por M.S. Frezier Injeniero Ordinario del Rey". Traducido por Nicolás Peña de la primera edición francesa de 1716. Imprenta Mejia. Santiago, Chile, 1902. Pág. 78-79.

El viajero francés describe sus impresiones de la Plaza Mayor de la ciudad y las costumbre de la vida cotidiana:

Casi en el medio de la ciudad está la Plaza real hecha con la supresión de una manzana de cuatro mil noventa i seis toesas de superficie, de manera que se entra a ella por ocho partes. El lado occidente comprende la Iglesia Catedral i el Obispado; al lado norte, el nuevo Palacio del Presidente, la Real Audiencia, el Cabildo i la Prisión; el sur, es una hilera de portales con arcadas uniformes para comodidad de los comerciantes con una galería encima para las funciones de corridas de toros; el del este no tiene nada en particular. En medio de la plaza hay una fuente con una pila de bronce

Frezier, M.S. "Relación del Viaje por el Mar del sur a las Costas de Chile i el Perú Durante los Años de 1712, 1713 i 1714 por M.S. Frezier Injeniero Ordinario del Rey". Traducido por Nicolás Peña de la primera edición francesa de 1716. Imprenta Mejia. Santiago, Chile, 1902. Pág. 79.

La ciudad posee una impronta ibérica de la que destaca su aire morisco en casas y rejas. Los techos son pintorescos, elaborados en teja de barro cocido. Para Frezier:

La arquitectura de las casas es igual a las que hay en todo Chile; no tienen más que un piso, edificadas de adobes, que por lo demás, aquí son las más convenientes. Las Iglesias son ricas en dorados; pero toda la arquitectura es de mal gusto, si se exceptúa la de los Jesuitas que es una cruz latina abovedada, de estilo dórico, todas tienen a la entrada delante una plazoleta para la comodidad de los caleches i de las procesiones. La mayor parte han sido edificadas de ladrillos; hay otras de piedras i albañilería de piedra de bolón que se extrae de una pequeña roca que está en el extremo este de la ciudad, llamado Cerro de Santa Lucía....”.

Frezier, M.S. "Relación del Viaje por el Mar del sur a las Costas de Chile i el Perú Durante los Años de 1712, 1713 i 1714 por M.S. Frezier Injeniero Ordinario del Rey". Traducido por Nicolás Peña de la primera edición francesa de 1716. Imprenta Mejia. Santiago, Chile, 1902. Pág. 80.

IX. Santiago y la naturaleza

La naturaleza sísmica del territorio se hacía patente de tiempo en tiempo dañando o destruyendo la ciudad. EL siglo anterior, Santiago había sido destruyó por el sismo del 13 de mayo de 1647. El sismo de 1730 destruyó en gran medida los logros urbanos del siglo XVI, y constituyó un duro golpe para los santiaguinos. Las evidencias de la magnitud del desastre las encontramos en el relato de nuestro autor:

Arruinados los templos, la Catedral se instaló en una casucha de tablas en la plaza, y otro tanto hicieron los conventos y los particulares....//...el Virrey Mancera contribuyó en 1647 con socorro de dinero para la fábrica de la Catedral y otros auxilios á conventos de monjas y religiosos... Se arruinaron Santo Domingo, San Agustín, la Merced y parte de San Francisco y la Compañía, habiéndose celebrado la misa por más de un año en todas las parroquias en míseras chozas de tablas y otras cubiertas de cuero de animales. Los habitantes habían edificado cortas viviendas, en las huertas y patios de sus casas, todas de madera desde sus fundamentos, á Costa de mucha clavazón y distantes de las paredes y adobes. Los vecinos ocupaban las calles, plazas y ribera del río, levantando ranchos pajizos y algunos de cuero; unos pocos vivían en sus pabellones, y los pobres á la inclemencia. Después de los temblores sobrevinieron copiosos aguaceros, cuyas humedades causaron la epidemia de la alfombrilla, con mortandad de mucha gente; por lo cual, apuntalando las paredes, hubieron de meterse en sus antiguas viviendas”.

J. T. Medina “Efectos del Temblor de 8 de Julio de 1730”. En Cosas de la Colonia. Apuntes Para la Crónica del Siglo XVIII en Chile. Segunda Serie. Imprenta Cervantes. 1910. Págs. 111-114.

Las primeras décadas del siglo XVIII constituyen un período de tragedias y derrotas. El crecimiento físico de la ciudad y de sus habitantes, impone al Cabildo la realización de importantes obras de infraestructura caminera, elaboración de edificios institucionales y obras hidráulicas para la canalización de aguas a nuevos espacios agrícolas por acondicionar y para posibilitar el asentamiento de la población.

En la segunda década del siglo XVIII se puso en relevancia la necesidad de administrar mejor los diversos cursos de la cuenca, proyectando canalizar las aguas del río Maipo hacia la ciudad. El canal del Maipo constituyó un tema relevante para los hacendados santiaguinos, hasta que el período de sequía que llamaba a la preocupación concluyó y el tema fue postergado. Cano y Aponte hizo estudiar la cuestión y junto al Cabildo de la ciudad

“...Después del reconocimiento preliminar del terreno, que demostró la practicabilidad de la obra, la comisión realizó un segundo estudio, a fines del mismo año 1726, y confeccionó un presupuesto ascendente a 31.ooo pesos. Más, al pedirse los fondos, no fue posible reunir sino 13.000 pesos, lo que obligó a aplazar la iniciación de los trabajos

Encina, Francisco Antonio. Historia de Chile. Tomo VII. 1983. Sociedad Editora Revista Vea Ltda. Impresores Editorial Lord Cochrane S.A. Impreso Santiago de Chile. Pág. 164.

El gobierno de Domingo Ortiz de Rosas (1745-1755), concretará el proyecto de la construcción de nuevos tajamares del río Mapocho. A este se sumaba en su programas de logros en la urbanización de la ciudad la construcción de la casa de Moneda. Después de la avenida del río de 1748, que destruyó el puente de la ciudad que conducía al barrio de la Chimba frente a la Recolección Franciscana y los tajamares de piedra y cabrias existentes hasta entonces, se inician los trabajos de los nuevos tajamares que se extendieron entre los años 1749 y 1751 este tajamar perduró hasta la gran avenida del río en 1783, en que fueron fracturados y tumbados en diversos tramos de su extensión.

En la segunda mitad de siglo el Cabildo de Santiago enfrentaba la necesidad de la construcción de un puente definitivo para el río Mapocho. Junto al ingeniero José Antonio Birt, en Agosto de 1765 se entregó la dirección de las obras al corregidor Luis Manuel de Zañartu que con posterioridad sería una superintendente de las obras del Mapocho. Los tajamares del río se constituyeron en prioridad por los requerimientos de defensa de la ciudad dada la pérdida de las obras anteriores. El trabajo de acopio de piedras en canteras y elaboración de ladrillos se habrían iniciado entre 1767 y 1768, para terminar la cruzada de la construcción del puente de Calicanto en el mes de Febrero de 1782. Otra obra colonial relevante son las sólidas garitas de protección elaboradas en cal y ladrillo que se encuentran en el camino andino hacia la ciudad de Mendoza, construidas por Ambrosio O`Higgins.

Posteriormente, el gobierno de Ambrosio de Benavides debió enfrentar la devastación de Santiago por la denominada “Gran Avenida de 1783” del 16 de Junio. Los tajamares del Mapocho cedieron a la altura de la chacra del conde de Quinta Alegre (Seminario), para inundar la Cañada. El agua inundó los límites del barrio de la Chimba y la Cañadilla (Independencia). Los tajamares de Ortiz de Rosas fueron destruidos en una extensión de catorce cuadras, arrasando los bohíos que se situaban en la caja del río, llevándose chozas, animales y personas. Esta desgracia, sobrellevada a duras penas, y la permanente inseguridad de los habitantes de la ciudad, llevaron a abordar las obras de defensa de la ciudad con una solución definitiva.

El gobierno de O´Higgins proporcionó a la ciudad de Santiago un nuevo rostro mediante un conjunto de las obras coloniales de gran monumentalidad de estilo clásico, desarrolladas por el arquitecto italiano Joaquín Toesca. La última representación gráfica de la ciudad del siglo XVIII correspondería a un plano encomendado por Ambrosio O´Higgins con fecha de 1793, presumiblemente elaborado por Toesca, aún cuando no existe ningún antecedente que confirme esta aseveración. Su original se habría perdido con el incendio de 1885 que destruyó el Palacio Consistorial, aunque subsiste una copia en el Museo Británico. En esta obra se consigna al límite oriente de la ciudad en el peñasco de Santa Lucía y la prolongación sur de la calle del Carmen. El poniente de Santiago tiene su límite en la calle de Negrete (hoy Av. Brazil); por el sur el límite de la extensión urbana lo constituyen algunas cuadras de más allá de la Cañada. El norte de la ciudad es el río Mapocho, extendiéndose después huertas y chacras.

Sobre la vida santiaguina de fines de siglo podemos agregar que la vida tenía sus sobresaltos por los embates de la naturaleza, las pestes y los problemas propios de un espacio urbano consagrado como el centro de poder real y simbólico del orden colonial. Sin embargo, el estado colonial debía canalizar todos los requerimientos de la sociedad, así la necesidad de policía en la ciudad y mano de obra en trabajos públicos redundaba en una sistemática coerción sobre el bajo pueblo que vivió en el amparo mezquino de la ciudad. En este espíritu el presidente O´Higgins

“…dispuso que los alcaldes de barrio que acababa de constituir por un bando sobre arreglo de la policía, pasasen lista de los casados en otros domicilios, para que fuesen expulsados, comisión que dio al oidor don Juan Suárez Trespalacios. Dispuso igualmente, que para aminorar el gran número de mendigos, los alcaldes se pusieran todos de acuerdo á fin de que en días señalados se les reclutase en sus casas, se informasen sobre su método de vida y les incitasen á obtener cédula de permiso. Además de los jueces del Cabildo, con motivo de este bando, instituyó encargados especiales de su cumplimiento, ya para rondar de noche los portales y plazas, ya para estorbar ciertos mercados

Medina, José Toribio. Cosas de la Colonia. Apuntes Para la Crónica del Siglo XVIII en Chile. Segunda Serie. Imprenta Cervantes. 1910. Págs. 13-14.

La masa de vagabundos urbanos no solo respondía al desarrollo demográfico de la población santiaguina. Muchos españoles pobres paniaguados, indígenas, mestizos y criollos pobres nunca recibieron un beneficio directo de la acción del Estado colonial. Así, el Estado colonial elabora estrategias de absorción de estos verdaderos excedentes poblacionales mediante su inclusión como contingente de trabajo en las obras de urbanización del reino. Así...”debiendo enviar cuatrocientos vagos para las obras de defensa de Valdivia, O´Higgins dictó un decreto sobre el particular en 24 de Octubre de 1788, y mandó á los subdelegados que hiciesen averiguación de los ociosos, malentretenidos ó desertores que existiesen en poblado ó en la campaña. Se justificaría el caso con declaración de dos testigos y oyendo sumariamente las excepciones del reo. Debían excluirse los pasajeros ó caminantes y los vendedores de comestibles. Todos se remitirían á Valparaíso para esperar el buque pedido á Lima ó el del situado

Historia Urbana del Reyno de Chile. Gabriel Guarda. Editorial Andrés Bello, 1978. Santiago, Chile.

José Toribio Medina en sus anotaciones sobre los “rasgos de la vida santiaguina” comenta:

Decía el procurador de ciudad en 1785, que los abastos en Santiago estaban tan poco al alcance de todos que con las medidas que proponía de suprimir á los revendedores “podrían socorrerse proporcionalmente los pobres, sin necesidad de vender sus alhajas y sus muebles por viles precios, como lo hacen estrechados del hambre y falta, por no alcanzarles las más veces sus dineros ó salarios para pagar los excesivos precios de las cosas, y lo que no es menos, se excusarían las rixas y otras consecuencias que suelen resultar entre los criados, pobres, y algunas personas de bastante decencia y aún del carácter religioso, con motivo de los apretones y dificultades que se agolpan por preferirse unos á otros en tomar el abasto antes”. Los sirvientes se bebían ó jugaban el dinero de sus amos”.

Un evento coincidente con este escueto panorama del bajo pueblo, integrado por el indigenado, los mestizos, los españoles pobres y los menesterosos urbanos de todo origen, es el hallazgo de osamentas en cementerios parroquiales correspondientes al período colonial tardío Un ejemplo de este panorama es el hallazgo del cementerio perteneciente a la Orden de los Padres de San Juan de Dios, administradores del hospital de pobres de la ciudad. Este hospital representó un permanente problema para el Cabildo de Santiago, tanto por su persistente desfinanciación como por las pésimas condiciones de higiene, salubridad y evidencias de maltratos a los enfermos. Su función era de reducto de moribundos cuyos cadáveres eran depositados en fosas comunes en el campo santo distante un kilómetro al sur. Los restos mortales subsistenciales de los pobres de la ciudad acusaron enfermedades infecciosas y malformaciones óseas, artrosis y procesos degenerativos, así como traumas óseos y abundante pérdida de piezas dentarias. La salud y la calidad de vida de los integrantes del bajo pueblo fueron precarias y su expectativas de vida debieron ser realmente bajas (promediando los 45 y 50 años de vida). El cementerio de este hospital ubicado en calle Las Matadas (casi el final de Santa Rosa, con la actual Av. Matta), permaneció en uso hasta la creación del Cementerio General de la ciudad en 1821.

X. Santiago en el siglo XIX en su período de resabio colonial

Los cambios sociales y políticos que transformaron al país, aunque su acervo colonial permaneció en el desarrollo urbano y en la percepción cultural del espacio. Los nuevos gobiernos republicanos deseaban terminar con la poderosa impronta colonial y los símbolos del poder despótico peninsular. Los patrones estilísticos y urbanos fueron tomados entonces del modelo francés, el que confrontaba a la ciudad colonial con nuevos y sucesivos procesos de modernización urbana durante el desarrollo del siglo XIX. Los procesos tecnológicos transformaron de modo radical la economía agrícola de los inicios de este siglo. Posiblemente no se recuerde una transformación tan revolucionaria en la cultura material de la sociedad como la que se desarrolló en este período. Los logros europeos de la revolución industrial dejaron al país con un atraso notable que solo fue superado en la segunda mitad del siglo XIX.

En 1822 llega a Santiago el capitán Gabriel Lafond de Lurcy (1802-1876), quién plasmó sus impresiones de la ciudad colonial tardía en su diario de viaje, comentando:

Nada es más sucio y desagradable que la entrada de Santiago por el camino de Valparaíso; sin embargo, habría sido fácil embellecer y regularizar este camino trazado en un terreno plano, sin accidente alguno. A primera vista Santiago me desagradó soberanamente y me hizo la impresión de una ciudad monótona, en la que todo debía ser tristeza y aburrimiento. Sus calles tiradas a cordel y cortadas en ángulos rectos ofrecían un aspecto semejante al de Lima. Sin embargo, las casas tenían cierto aspecto arábigo. Una gran puerta principal conduce a un patio rodeado de arcadas; pocas ventanas dan a la calle; raros almacenos se ven aquí y allá. Se comprende que el aspecto de las calles no debe ser muy animado

Lafond de Lurcy, Gabriel. Viaje a Chile. Traducido de la Edición francesa de 1853 por Federico Gana. Nota preliminar de Eugenio Pereira S. Colección Testimonios. Editorial Universitaria. 1970. Pág. 33.

La imagen de Santiago que hemos recogido de todos nuestros cronistas y viajeros se plasmó en el visitante:

Un gran paseo existe en la ribera derecha. Un pequeño río, al norte de la ciudad, riega los campos y los jardines de los alrededores. Las acequias corren a lo largo de las calles y proporcionan agua a las casas y a sus prados. Como en Lima, la plaza principal está a poca distancia del río y los cuatro costados están ocupados por edificios semejantes. Ahí se eleva el palacio del Director Supremo, que tiene cierta elegancia aunque está todavía inconcluso. El ala izquierda solamente está terminada; el ala derecha se compone de la sucesión de edificios sin la menor armonía. Es ahí donde están situadas la cárcel, las oficinas de gobierno y la Catedral, de piedra canteada, también inconclusa. Al frente del palacio se han edificado los portales, que contienen los almacenes de los comerciantes de novedades. Al frente de la Catedral, la vista se detiene en una gran casa particular donde hay un café. Antes, esta plaza la ocupaba el mercado con sus pequeños negocios de revendedores y O'Higgins lo hizo desaparecer, refugiándose sus moradores en tres lugares diferentes y en el basural”.

Lafond de Lurcy, Gabriel. Viaje a Chile. Traducido de la Edición francesa de 1853 por Federico Gana. Nota preliminar de Eugenio Pereira S. Colección Testimonios. Editorial Universitaria. 1970. Pág. 41-42.

Efectivamente, el entorno de Santiago lentamente se constituyó en un gigantesco basural, conformado por lo restos vegetales, residuos del abasto y una gran cantidad de escombros. Las condiciones de salubridad y aseo público eran muy pobres y se reducían a las tareas anuales de aseo de las acequias de la ciudad por parte del Cabildo. La costumbre de hacer la vida volcada en la intimidad del hogar durante toda la vida colonial redundó en un descuido del espacio público. Casas, chacras, edificios públicos, plazas y calles eran muchas veces reductos de suciedad cuyos subsuelos estaban colmados de escombreras.

La vida pública concentrada en la Plaza Mayor no solo reunía a comerciantes y consumidores, también reunía a los diversos oficios como carniceros, pescaderos, especieros, cebaderos, calceteros, botoneros, aguateros, vendedores de frutas y verduras, alfareros indígenas, etc. Nuestro viajero comenta:

Cerca de la gran plaza y a lo largo del río se extiende un paseo llamado Cañada. Ahí se establecen los vendedores de frutas y de legumbres; algunos de éstos se abrigan en pequeñas cabañas portátiles hechas de tela sostenidas por delgados pilares de madera; venden generalmente sandias y melones. Durante los grandes calores se reúnen ahí los huasos a jugar a la pepa negra, es decir, averiguar si la sandía escogida tiene la pepa negra o blanca, entendiéndose que el perdidoso paga la fruta. En el país se cree que la llegada del tiempo de las sandías hace desaparecer el tabardillo y las fiebres, porque es una fruta refrescante que, por su exiguo precio, la come todo el pueblo

Lafond de Lurcy, Gabriel. Viaje a Chile. Traducido de la Edición francesa de 1853 por Federico Gana. Nota preliminar de Eugenio Pereira S. Colección Testimonios. Editorial Universitaria. 1970. Pág. 42.

La presencia sobria de las casas coloniales del área central de Santiago llamaron la atención del viajero, comentando de ellas:

Las casas de la gente acomodada, construidas de adobe, ladrillos secados al sol, están casi todas blanquadas exteriormente; las pocas salidas que tienen al exterior y los barrotes de fierro de las ventanas denuncian que nos encontramos en tierra española. Algunos tienen almacenes y boticas al frente, sobre todo las que están en la vecindad de la plaza. Las casas situadas en las esquinas de las calles tienen casi siempre almacenes o pulperías, llamados bodegones, en los cuales el pueblo se provee de grasa, azúcar, vino, aguardiente del país; éste es también el lugar elegido por los ociosos de la clase baja para reunirse a beber y a charlar”.

Lafond de Lurcy, Gabriel. Viaje a Chile. Traducido de la Edición francesa de 1853 por Federico Gana. Nota preliminar de Eugenio Pereira S. Colección Testimonios. Editorial Universitaria. 1970. Pág. 43.

En el mismo período otro viajero llegaba a la ciudad, la inglesa Maria Graham. En su diario entre los días 28 de Abril al 17 de Agosto de 1822 deja sus impresiones de su arribo a la ciudad:

"A un lado, los largos valles que acabábamos de pasar, se extendían á lo lejos, engrandecidos por la niebla de la mañana, al través de la cual los cerros circunvecinos brillaban con gran variedad de tintes; al otro encuéntrase el hermoso valle de Santiago, en que se distingue á trechos el camino. Los elevados cerros que rodean la ciudad y la cadena de montañas más espléndida del mundo, la cordillera de los Andes, coronada de nieve, con sus cimas que parecen llegar al cielo y sus obscuras quebradas en que flotan densas masas de nubes, ofrecían á mi vista una escena como jamás había contemplado antes. En el primer plano hay abundancia de bellos árboles; con un río el paisaje habría sido perfecto”.

Graham, María. Diario de su Residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). San Martín, Cochrane, O´Higgins Prólogo de Juan Concha. Traducción de José Valenzuela. Biblioteca Ayacucho. Editorial América, Madrid, España. s/f. (24 de Agosto). Págs. 248-249.

En Santiago, recibida por vecinos distinguidos que le cobijaron, María Graham visitó el centro de la ciudad y sus iconos:

El Mapocho, muy disminuido por los canales que de él se sacan para el regadío, desaparece en cierto punto del llano del Maipo, y por ser las aguas de la bella fuente de San Miguel semejantes en dulzura y otras cualidades á las del Mapocho se le da este nombre hasta su confluencia con el blanquizco y turbio Mapocho. El panorama que se divisa desde el paseo de Pudahuel es bellísimo. Mirando á través del río, cuyas escarpadas orillas adornan grandes árboles, el valle de Santiago se extienden hasta las montañas, á cuyos pies se despliega la ciudad con sus blancas torres, y da á todo el conjunto un carácter especial que lo distingue de los demás bellos paisajes de Chile, en que la ausencia de habitaciones humanas imparte cierto sello de melancolía sobre la Naturaleza

Graham, María. Diario de su Residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). San Martín, Cochrane, O´Higgins Prólogo de Juan Concha. Traducción de José Valenzuela. Biblioteca Ayacucho. Editorial América, Madrid, España. s/f. (24 de Agosto). Pág. 249.

En su estadía se torna una cronista de la cotidianeidad de la casa colonial y de sus rincones, comentando de su experiencia:

Lo primero que hice después de levantarme fue examinar la distribución de los diversos departamentos de la casa, y comencé mi inspección por la puerta por donde había entrado ayer, buscando en vano á uno y otro lado de ella alguna ventana que diera á la calle. La casa, como todas las que desde aquí alcanzaba á descubrir, tenía por todo frente una muralla baja y blanqueada, sobre la cual se proyectaba un enorme alero de tejas; en el centro un gran portal ó zaguán, con puertas de doblar, y una torrecilla llamada el alto, con ventanas y balcón en la parte superior, donde se encuentra mi aposento; debajo de ella, cerca de la puerta de calle, está la habitación del portero. Este portal desemboca en un gran cuadrángulo empedrado, á que dan numerosos departamentos. Los de la derecha é izquierda parecen ser almacenes ó depósitos de provisiones; al frente se encuentran la sala, el dormitorio principal, que hace también las veces de sala, y una ó dos piezas más pequeñas. Alrededor de este cuadrángulo ó patio están dispuestos los aposentos privados de la familia, y detrás de él hay otro más pequeño, donde se encuentra la cocina, despensa y piezas de la servidumbre, y por el cual, como en casi todas las casas de Santiago, corre una acequia constantemente llena de agua

Graham, María. Diario de su Residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). San Martín, Cochrane, O´Higgins Prólogo de Juan Concha. Traducción de José Valenzuela. Biblioteca Ayacucho. Editorial América, Madrid, España. s/f. (25 de Agosto). Pág. 253.

María Graham también se aventura a conocer los lugares de diversión del bajo pueblo santiaguino y describe su recorrido:

Poco después de comer,. acompañamos á don Antonio de Cotapos y dos de sus hermanas al llano, situado al sur-oriente de la ciudad, á ver las chinganas, ó entrenamientos del bajo pueblo. Reúnense en este lugar todos los días festivos, y parecen gozar extraordinariamente en haraganear, comer buñuelos fritos en aceites y beber diversas clases de licores, especialmente chicha, al son de una música bastante agradable de arpa, guitarra, tamboril y triángulo, que acompañan las mujeres con cantos amorosos y patrióticos. Los músicos se instalan en carros, techados generalmente de caña ó de paja, en los cuales tocan sus instrumentos para atraer parroquianos á las mesas cubiertas de tortas, licores, flores, etc., que éstos compran para su propio consumo ó para las mozas á quienes desean agradar....//...El pueblo, hombres, mujeres y niños, tiene verdadera pasión por las chinganas. El llano se cubre enteramente de paseantes á pié, á caballo, en calesas y carretas; y aunque la aristocracia prefiere la Alameda, no deja de concurrir también á las chinganas, donde todos parecen sentirse igualmente contentos en medio de una tranquila y ordenada alegría”

Graham, María. Diario de su Residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). San Martín, Cochrane, O´Higgins Prólogo de Juan Concha. Traducción de José Valenzuela. Biblioteca Ayacucho. Editorial América, Madrid, España. s/f. Pág. 255.

La visitante se dirige con posterioridad al centro de la ciudad, a la Plaza Mayor, y al Mercado de Abasto. Continúa su descripción: Fui a ver la plaza: uno de sus costados es ocupado por el palacio, que comprende la residencia del director, los tribunales de justicia y la cárcel pública. La construcción es de muy bella arquitectura, pero aún está inconclusa, porque cuando se agregó el palacio directorial faltó el dinero; sin embargo, todo el primer piso corresponde al orden dórico del resto, y podrá ser terminado tan pronto como el gobierno tenga fondos con que hacerlo. En el costado poniente de la plaza se encuentra la Catedral, inconclusa también y de orden dórico, el palacio del obispo y algunos edificios inferiores. En el lado sur hay una arquería frente á las casas particulares, cuyos primeros pisos sirven de tiendas de comercio, y debajo de la arquería se ve una serie de puestos por el estilo de los bazares de Londres. En las noches de luna la arquería y sus tiendas presentan un aspecto muy alegre y animado. Las damas acostumbran recorrer entonces las tiendas y puestos á pie, y como todos están iluminados, la escena es bellísima

Para María Graham “...En el cuarto costado solo hay edificios vulgares, de los cuales el hotel inglés es uno de los mejores. Pasamos por varios otros edificios públicos, bellos en general y casi todos de orden dórico; sin embargo, el aspecto de las calles es feo á causa de la desnudez y monotonía de los frentes de las casas particulares

Graham, María. Diario de su Residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). San Martín, Cochrane, O´Higgins Prólogo de Juan Concha. Traducción de José Valenzuela. Biblioteca Ayacucho. Editorial América, Madrid, España. s/f. (24 de Agosto). Pág. 257-258.

Más tarde, acompañada por el señor De Roos, la extranjera visita los tajamares del Mapocho y la Alameda, comentando: “Los Tajamares son un sólido parapeto de albañilería construido para defender la ciudad de las creces del Mapocho, que, aunque de ordinario es un inofensivo riachuelo que corre por un angosto canal en medio de un ancho lecho de piedras, se convierte dos veces al año en un impetuoso torrente. El invierno por las lluvias, y el verano, por la furia de las nieves andinas, son las estaciones en que suelen tener lugar sus formidables creces, y si no fuera por los Tajamares inundaría la mayor parte de la ciudad. La Alameda está dentro del recinto de los Tajamares; un paseo encantador, con largas filas de sauces y una vista espléndida. Una angosta callejuela nos llevó de aquí al peñón de Santa Lucía, que debería ser la ciudadela de Santiago. Se alza más o menos en el centro de la ciudad y domina; en sus extremidades opuestas hay actualmente dos pequeñas baterías de cañones”.

Graham, María. Diario de su Residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). San Martín, Cochrane, O´Higgins Prólogo de Juan Concha. Traducción de José Valenzuela. Biblioteca Ayacucho. Editorial América, Madrid, España. s/f. Pág. 258.

La imagen monumental de la ciudad colonial de Santiago, finalmente sobrecoge a la observadora crítica, recreando en su comentario un paisaje que todo santiaguino puede imaginar perfectamente:

Desde el Santa Lucía veíamos todo el valle de Santiago hasta la cuesta de Prado, el llano de Maipo, que iba á perderse en el horizonte, la nevada cordillera, y á nuestros pies la ciudad, sus jardines, sus templos y sus magnífico puente, todo iluminado por los rayos del sol poniente, que en la ciudad, el valle y las montañas producía esos mágicos efectos que los poetas y pintores se complacen en describir. Pero ¿qué pincel y qué pluma podrá darnos una pálida idea de los Andes iluminados por los últimos rayos del sol? Yo los contemplaba

Graham, María. Diario de su Residencia en Chile (1822) y de su viaje al Brasil (1823). San Martín, Cochrane, O´Higgins Prólogo de Juan Concha. Traducción de José Valenzuela. Biblioteca Ayacucho. Editorial América, Madrid, España. s/f. Pág. 259.

Entre 1925 - 1926 se difundió posteriormente el plano de la ciudad elaborado por John Miers, publicado en Travels on Chile and La Plata, en 1826 en la ciudad de Londres. Aún cuando el trazado de la ciudad es correcto, no representa fielmente las formaciones montañosas de San Cristóbal y Santa Lucía. Incorpora una extensión notable al poniente con el barrio de Chuchunco en torno a la Cañada, y desde aquí hacia el norte la Quinta de Portales y el Camino hacia Valparaíso. El norte de Santiago es coronado por una bifurcación semicircular nueva que representa el acceso a los actuales ejes de Independencia y Recoleta, poniendo al costado de esta última al barrio de la Chimba que se extiende hasta las inmediaciones del cerro San Cristóbal. El barrio de la “Cañadilla”, ubicado al sur del límite de la Cañada, no sobrepasa las dimensiones que presentan los planos anteriores de la ciudad. También observamos diversos hitos urbanos entre los que destacan las obras de los tajamares y el puente de Cal y Canto.

El plano de Santiago atribuido al naturalista francés Claudio Gay, de 1831, aparece como una obra de gran detalle por su minucioso trabajo de delimitación de las cuadras urbanizadas y las diversas propiedades agrícolas que circundan Santiago. Este plano grabado por Erhard y publicado en París, incorpora una representación realista de sentido geomorfológico de la caja del río Mapocho y los cerros que flanquean la ciudad. Sus límites urbanos son muy semejantes a los anteriores en sus proyecciones poniente y sur. El plano de Santiago incorporado en la obra de José Javier de Guzmán del período 1834 - 1836, no hace más que confirmar los límites urbanos coloniales intactos hacia la tercera década, tal cual lo muestra el Plano de la Ciudad de Santiago de Juan Herbage, no obstante, este grafica una amplia extensión urbana hacia el norte alcanzando al Cerro Blanco e incorporándolo definitivamente en el espacio urbano santiaguino.

El Plano Topográfico de la Ciudad de Santiago del ingeniero Mostardi-Fioretti, de 1864, muestra el dramático desarrollo extensivo de la ciudad hacia el sur y el poniente. Las siguientes representaciones de la ciudad solo confirmarán su extensión explosiva con la segunda mitad del siglo XIX. El Plano de Ernesto Ansart, de 1875 muestra las proyecciones de extensos barrios como el Yungay, Recoleta , Cañadilla (Independencia) y la Chimba.

Otra descripción del Santiago de inicios del siglo XIX recibimos del oficial de la marina norteamericana Williams S. W. Ruscherberg (1807-1895), obtenida de su visita a Chile. Este manino anotó sus impresiones del Santiago colonial en su diario de viaje que más tarde publicó en 1834. El marino comenta:

La ciudad se extiende en manzanas rectangulares de cuatrocientos ocho pies por cada costado, separadas, unas de otras por calles de cuarenta y dos pies de ancho. La dirección de las calles es más o menos de norte a sur y de oriente a poniente, y son empedradas con guijas, llevando a un costado una acera enlosada. Las acequias corren por el centro de la calle, y, durante cierta parte del día, pasa por ellas una buena cantidad de agua del río Mapocho, que confina a la ciudad en su parte norte y Poniente. Estas corrientes acarrean todas las innumdicias fuera de la ciudad, lo que hace que Santiago sea la ciudad más limpia tal vez de toda la América del sur. El Mapocho también prodiga a los hijos de Santiago el lujo de tener baños públicos y particulares”.

Ruscherberg, Williams S. W. Noticias de Chile (1831-1832), Por un Oficial de Marina de los Estados Unidos. extraído de Three Years in the Pacific; Including of Brazil, Chile, Bolivia and Perú. By an Officer of the United States Navy. Carey, Lea and Blanchard. 1834. XI. 8ª edición. Traducida e ilustrada por Eduardo Hillman Haviland. Colección Viajeros de Antaño. Editorial del Pacífico. Santiago, Chile. 1956. Pág. 79.

Santiago, en rasgos generales, conserva su fisonomía característica del siglo pasado. El viajero anota antecedentes novedosos. “La arquitectura de las habitaciones y de los edificios públicos es de estilo morisco. Las casas son de uno o dos pisos, y de adobe, blanqueadas por fuera, y con el techo de tejas coloradas. aunque hace frío en invierno, aún a veces suele verse nieve en las calles, son contadas las casas, aún entre las mejores, que tengan fogones u hogares, y por lo general, las piezas se templan por medio de braseros”.

Ruscherberg, Williams S. W. Noticias de Chile (1831-1832), Por un Oficial de Marina de los Estados Unidos. extraido de Three Years in the Pacific; Including of Brazil, Chile, Bolivia and Perú. By an Officer of the United States Navy. Carey, Lea and Blanchard. 1834. XI. 8ª edición. Traducida e ilustrada por Eduardo Hillman Haviland. Colección Viajeros de Antaño. Editorial del Pacífico. Santiago, Chile. 1956. Pág. 79.

En su llegada al centro observa: “...la plaza de Armas, que ocupa una manzana entera, está más o menos en el centro de la ciudad. En su costado del Noroeste está el Palacio del Presidente, la Intendencia; la cárcel y los Tribunales de Justicia; estos forman, en conjunto, un solo edificio de elegante aspecto y pintado de blanco, ante cuyas puertas hay siempre centinelas de guardia. En la parte sureste está la Catedral y también el antiguo Palacio Arzobispal, cuyo local lo ocupa hoy día, el Café del Comercio. La Catedral se encuentra a medio acabar, a pesar de que se comenzaron los trabajos hace ya más de sesenta años. Es de estilo morisco y la única construcción en Santiago hecha toda de piedra. Los demás edificios son todos de adobe, blanquedas por fuera. Al lado suroeste de la plaza hay un portal, cuyos bajos están ocupados por almacenes, y sus altos, por casa particulares. En el costado Noreste está el Café de la Nación y unas cuantas tiendas, cuyas puertas mal hechas cierran sus dueños, cuando tienen que salir, con grandes candados cuando tienen que salir, con grandes candados de ordinaria calidad”.

Ruscherberg, Williams S. W. Noticias de Chile (1831-1832), Por un Oficial de Marina de los Estados Unidos. extraido de Three Years in the Pacific; Including of Brazil, Chile, Bolivia and Perú. By an Officer of the United States Navy. Carey, Lea and Blanchard. 1834. XI. 8ª edición. Traducida e ilustrada por Eduardo Hillman Haviland. Colección Viajeros de Antaño. Editorial del Pacífico. Santiago, Chile. 1956. Pág. 81.

Ruscherberg sigue el programa de todos nuestros visitantes, estampando una imagen colorida del centro de la ciudad: “La plaza, como toda ciudad española, es un centro de animación. El pilón del centro se encuentra siempre rodeado de los aguadores que se reúnen allí para llenar sus barricas con agua. Los baratillos en derredor de la plaza, surten toda clase de artículos, (el comercio no se ha dividido todavía en diversos ramos, como en las ciudades de Europa y de los Estados Unidos) y atrae a muchos compradores; a lo largo de las aceras se encuentra un gran número de canastas con diversos productos del país; se ven hombres de a caballo, con su poncho y sombrero de paja, que atraviesan la plaza a todo galope, y también toda clase de vehículos, coches tirados por cuatro caballos, calesas, birlochos, sin olvidar a la pesada carreta, todos ellos siguiendo su respectivo camino

Ruscherberg, Williams S. W. Noticias de Chile (1831-1832), Por un Oficial de Marina de los Estados Unidos. extraído de Three Years in the Pacific; Including of Brazil, Chile, Bolivia and Perú. By an Officer of the United States Navy. Carey, Lea and Blanchard. 1834. XI. 8ª edición. Traducida e ilustrada por Eduardo Hillman Haviland. Colección Viajeros de Antaño. Editorial del Pacífico. Santiago, Chile. 1956. Pág. 81.

También recoge en su relato el aspecto más sórdido de los resabios de la ciudad barroca y de la modernidad, la exposición de los cadáveres hallados en las primeras horas de la mañana en la ciudad. El marino comenta: “Al amanecer puede verse todos los días, a las puertas de la cárcel uno o dos cadáveres tendidos sobre el empedrado, con un platillo en el pecho para colectar limosnas con qué enterrarlos”.

Ruscherberg, Williams S. W. Noticias de Chile (1831-1832), Por un Oficial de Marina de los Estados Unidos. extraido de Three Years in the Pacific; Including of Brazil, Chile, Bolivia and Perú. By an Officer of the United States Navy. Carey, Lea and Blanchard. 1834. XI. 8ª edición. Traducida e ilustrada por Eduardo Hillman Haviland. Colección Viajeros de Antaño. Editorial del Pacífico. Santiago, Chile. 1956. Pág. 83.

Este escenario macabro se debió a la prohibición por decreto de 1825, a los jueces de no dar sepultación a los “asesinados, en hechura al Panteón, sin hacerlo conducir primero, como antes se ha hecho a la cárcel pública, para que se ponga el correspondiente recibo del cadáver, i la necesaria fe de sus heridas; teniendo presente que éste es el requisito de mas importancia en el proceso, como que él constituye el cuerpo del delito, i por cuya falta no es posible aplicar muchas veces a los delincuentes la pena a que son acreedores, he venido en declarar lo siguiente: Los jueces subalternos no permitirán en lo sucesivo, bajo la mas estrecha responsabilidad, la sepultación de occiso alguno sin que antes venga al patio principal de la cárcel para que allí sea reconocido por un facultativo a presencia del ministro de fe que se hallare de turno”.

Santiago, Noviembre de 1825. Bol. T. II. Pág. 201. N° 195. El Boletín de las Leyes. Reducido a las Disposiciones Vijentes i de Interés Jeneral. Contiene Además Algunas Leyes i Decretos que no se Rejistran en el Boletín. Por Ignacio Zenteno. Imprenta Nacional. Vol. I-II. 1861. Pág 286.

Williams S. W. Ruscherberg termina su relación de viaje en las riberas del río Mapocho donde observa: “A lo largo de una de las riberas del río Mapocho se extiende una muralla o malecón, de unos seis pies de alto por cuatro de ancho, sobre la que pasa un camino empedrado con guijarros y con un parapeto al lado del río. De trecho en trecho, hay una serie de peldaños de piedra que descienden a la calle. Este muro se llama el "tajamar" , porque sirve para atajar las aguas del río durante las grandes avenidas, y, los días domingo en la tarde, el paseo de moda de señores y caballeros, ricos y pobres. En ese día todo el mundo se pasea en el tajamar; o bien, descansan sobre el parapeto, admirando la hermosura y la grandiosidad del panorama, u observando a la muchedumbre que pasa

Ruscherberg, Williams S. W. Noticias de Chile (1831-1832), Por un Oficial de Marina de los Estados Unidos. Extraido de Three Years in the Pacific; Including of Brazil, Chile, Bolivia and Perú. By an Officer of the United States Navy. Carey, Lea and Blanchard. 1834. XI. 8ª edición. Traducida e ilustrada por Eduardo Hillman Haviland. Colección Viajeros de Antaño. Editorial del Pacífico. Santiago, Chile. 1956. Pág. 85.

Un hombre ilustre, cronista de su tiempo nos brinda una imagen del Santiago de las primeras décadas del siglo XIX. José Zapiola en su descripción de la “La Policía de Aseo i Salubridad” de la ciudad comenta:

En este tiempo en que la viruela i sus estragos han alarmado i con razón, a los habitantes de la capital, atribuyéndose su origen exclusivamente a las condiciones higiénicas de la ciudad, no hemos podido menos que recordar el modo de ser de este mismo pueblo a este respecto, hace más de medio siglo; sin que a pesar de lo que vamos a referir hayamos presenciado en nuestra larga vida algo parecido a lo que ahora estamos experimentando, no obstante las inmensas mejoras que hemos alcanzado de cuarenta años a esta parte”.

Zapiola, José. Recuerdos de Treinta Años (1810-1840). Guillermo Miranda Editor. Quinta Edición 1902. Santiago, Chile. Pág. 23.

La realidad desaliñada y pestilente del bullicio céntrico, la expresa nuestro autor con realismo: “La Plaza de Armas no esta empedrada. La Plaza de Abasto, galpón inmundo, sobre todo en el invierno, estaba en el costado oriente. El resto de la plaza hasta la pila, que ocupaba el mismo lugar que ahora, pero de donde ha emigrado el rollo, su inseparable compañero, hace más de cuarenta años, el resto de la plaza hasta la pila, decimos, estaba ocupado por los vendedores de mote, picarones, huesillos, etc., i por los caballos de los carniceros. Ya pueden considerar nuestros lectores cuál sería el estado de esta plaza que solo se barría muy de tarde en tarde, no por los que la ensuciaban, sino por los presos de la cárcel inmediata, armados de grandes ramas de espino que hacían más que levantar polvo, dejándola en el mismo estado, pero produciendo más hediondez, como era natural

Zapiola, José. Recuerdos de Treinta Años (1810-1840). Guillermo Miranda Editor. Quinta Edición 1902. Santiago, Chile. Pág. 23.

Entre las múltiples actividades que concentraba la Plaza Mayor destaca que: No hace cincuenta años, la comida para los presos de la cárcel se hacia frente al mismo pórtico de ese edificio, i los grandes tiestos en que se confeccionaba, la ceniza i demás restos de esta operación, jamás desaparecían de ese lugar”.

Zapiola, José. Recuerdos de Treinta Años (1810-1840). Guillermo Miranda Editor. Quinta Edición 1902. Santiago, Chile. Pág. 24.

Caminar por las calles centrales debió ser complicado, tanto como hoy, por el riesgo de ser asaltado, por el gentío, las carretas y sus animales, los montones de residuos animales y vegetales de trecho en trecho, las acequias abiertas y los puentes en estado precario. Zapiola describe:

A esto hay que agregar una ancha acequia que atravesaba, como ahora, toda la plaza. Esta acequia, descubierta en su mayor parte, sin corriente, i no siendo de ladrillo, proporcionaba más facilidad para la aglomeración de cieno. Lo que había en sus orillas no necesitamos decirlo; pues para los vendedores no había otro lugar de descanso, de tal modo que cuando el sol calentaba se levantaba un humo denso producido por las evaporaciones de las inmundicias acumuladas allí”.

Zapiola, José. Recuerdos de Treinta Años (1810-1840). Guillermo Miranda Editor. Quinta Edición 1902. Santiago, Chile. Pág. 24.

Detalles de la vida cotidiana en la Plaza Mayor son ilustrado con gracia por Zapiola, efectuando a la vez una descripción física de su entorno. Así, “De oriente a poniente i a cinco metros de distancia de la pared norte de la plaza, corría otra acequia cubierta de una losa en toda la extensión de esa cuadra. Toda ella ocupada por los vendedores de hojotas. Allí acudían los que usaban este calzado, que entonces eran muchos, por su bajo precio, un real. Las hojotas viejas quedaban donde se compraban las nuevas; i esta arma arrojadiza suministraba a los muchachos un elemento para empeñar todos los días festivos esas guerras de hojotas, a las que jamás faltábamos, por la inmediación de nuestra casa al campo de batalla”.

Zapiola, José. Recuerdos de Treinta Años (1810-1840). Guillermo Miranda Editor. Quinta Edición 1902. Santiago, Chile. Pág. 24.

Respecto del estado de la higiene pública en calles y rincones suburbanizados en el interior de la ciudad comenta:

Esto era la plaza principal, evitando otros detalles nauseabundos. La calle mas inmediata, al oriente, la de San Antonio, seria largo describirlo, seremos tan sucintos como nos sea posible. En la cuadra en que está el costado oriente del Teatro Municipal había una letrina. Entonces no era conocido el nombre "Para Todos" que, sin ser mas limpio, quiere decir lo mismo. Dicha letrina solo servia para indicar que a sus inmediaciones se podía evacuar ciertas diligencias, pues no era posible pasar por esa vereda sin gran peligro, i aún así, con las narices tapadas. Continuando al norte, había otra letrina a los pies de la casa que es ahora de don Melchor Concha. Sus condiciones eran aún peores que las de la anterior por su inmediaciones a la plaza”

Zapiola, José. Recuerdos de Treinta Años (1810-1840). Guillermo Miranda Editor. Quinta Edición 1902. Santiago, Chile. Pág. 24.

Zapiola muestra los descuidos de vecinos, frecuentemente mencionados en las sesiones del Cabildo colonial, comentando particularmente su indiferencia por cuidar el aseo de sus acequias y de retirar las basuras y escombros desde el frente de sus hogares. Lagunas pestilentes y animales muertos completan el relato de nuestro cronista.

El corolario a este panorama es el abasto de Santiago:

Por último, tomando a la derecha, en dirección al rió, nos encontramos con nuestra soberbia Plaza de Abastos, sin rival en el mundo, según los viajeros: lo que un elogio para nuestra municipalidad, pero que pesará por muchos años en su caja, o más bien, en la de los contribuyentes. Esta plaza tenía entonces un destino muy diverso, a pesar de su inmediación al río, eterno depósito de toda clase de inmundicias. Allí se arrojaban todos los desperdicios de las habitaciones inmediatas, i cuando, en 1818 se dio una temporada de toros, última vez que se efectuó esta diversión, fue preciso emplear mucho tiempo para disponerla para ese objeto. El nombre que entonces tenia i que con trabajo han olvidado los viejos, era "el basural"...”.

Zapiola, José. Recuerdos de Treinta Años (1810-1840). Guillermo Miranda Editor. Quinta Edición 1902. Santiago, Chile. Pág. 26-27.

Estos antecedentes y relatos corresponden en su mayoría a experiencias de viajeros y habitantes de Santiago. Guardan el valor de imágenes documentales de alta significación histórica. En gran medida hoy compartimos estas impresiones de nuestro espacio, claro que ajustadas al tiempo en que vivimos.

XI. Obras hidráulicas coloniales

Las defensas de la ciudad: los tajamares del río Mapocho

En las excavaciones para la construcción del ferrocarril urbano en el Parque Forestal se encontraron los restos del antiguo tajamar de ladrillo construido por Joaquín Toesca partir de 1792 y finalizados, después de su muerte, en 1805. También se descubrieron los restos de otro tajamar, más antiguo, construido de piedra de cantera del cerro Blanco y cal.

Estos hallazgos corresponden a los tajamares de ladrillo construidos por Toesca a. Su objetivo era defender a la ciudad de las avenidas del río Mapocho, la que periódicamente la inundaban. Por primera vez los investigadores podían observar directamente el tajamar y reconocer aspectos técnicos desconocidos como la baranda construida en el borde del muro, así como el revestimiento de la superficie transitable del tajamar, utilizado como paseo público por los habitantes de la ciudad. Por este sector de la construcción transitaba el público y desde ahí se tenía una visión privilegiada de la caja del río y de la ciudad, dado su altura de unos 2.5 mt en relación al nivel del suelo, formando una imponente pared divisoria.

El tajamar de piedra aparece ladeado hacia el río, con sus bases socavadas, y cortado en dos sectores. El único segmento que se conservaba vertical corresponde al que tenía estribo (contrafuerte), cuyo peso lo habría mantenido firme frente a la fuerza del río. El muro del tajamar de piedra esta construido a partir de grandes piedras de cantera dispuestas en a lo menos tres hileras superpuestas y dos aledañas o paralelas. Todo esto esta unido por una gruesa capa de argamasa de cal, que contiene arena, piedrecillas redondeadas.

Este tajamar se encuentra a una distancia de 386 cm del tajamar de ladrillo, en dirección al río . Esta posición difiere de la indicada en el plano del ingeniero Leandro Badarán fechado en 1783, en que se determina la ubicación de los nuevos tajamares hacia el norte de los “tajamares [viejos] de los cuales se encuentran muchos arruinados”.

Badarán, Leandro, Plano que manifiesta la dirección del Río Mapocho. 1783. Archivo Nacional de Santiago. Tomado del Atlas Cartográfico del Reino de Chile. Siglos XVII – XIX. Instituto Geográfico Militar. Santiago. 1981. Lámina 96, pág. 211.

Benjamín Vicuña Mackenna nos señala las condiciones en que se hallaban dichos tajamares a fines de 1780, en base a una carta del gobernador de Chile, Don Ambrosio Benavides, en que diagnostica el estado de la ciudad, fechada el 19 de Octubre de 1782. Según sus palabras “los tajamares de cal y piedra que defienden este pueblo contra las invasiones y avenidas de este río, consta a US. están rotos y quebrados en varias partes por los daños ocasionados de las soberbias crecientes sobrevenidas de pocos años a esta parte, y que la mayor que ocupa la cama o lecho del río esta superior en altura a toda la extensión del tajamar que defiende y cubre esta población en tal grado que excede de dos varas de altura, la que se reconoce en los lomos y bancos que forma el río en lo más de la anchura de su caja, por lo cual hallándose descubiertos los tajamares de esta Costa, es manifiesto el peligro de que en una crecida grande se inunde la mitad del pueblo

Vicuña Mackenna, Benjamín. 1938 [1869]. Historia de Santiago, Tomo I y II. Obras Completas Tomo X y XI. Universidad de Chile. Tomo II, pág. 189-190.

Las proyecciones de Don Ambrosio Benavides se cumplieron cuando en Junio de 1783 la lluvia incesante produjo “…inmensos y bramadores remolinos de agua que hacían bambolear desde sus cimientos los antiguos tajamares…”, “…y a la tarde, convertida la campiña y la ciudad en un inmenso lago y el río en un desencadenado aluvión, postró de un golpe los tajamares en diversas direcciones, socavándolos por sus cimientos, pero sin llegar a quebrarlos, como puede observarse todavía en sus escombros. Catorce cuadras de malecones, que habían costado mas de cien mil pesos hacía solo 25 años, fueron arrasados de esa suerte en aquel aciago día…

Vicuña Mackenna, Benjamín. 1938 [1869]. Historia de Santiago, Tomo I y II. Obras Completas Tomo X y XI. Universidad de Chile. Tomo II, pág. 195.

Además del hallazgo de los dos tajamares, en la tierra removida aparecieron basuras del siglo XIX compuestas por fragmentos de botellas de grez blanca de cerveza, botellas de vidrio sin marcas de molde, vajilla de mesa de loza blanca y decorada, restos óseos de mamíferos. Algunos restos corresponderían a la basura depositada en el cascajal del río cuando se canalizó el Mapocho y los tajamares terminan su vida útil; otros objetos estarían asociados a las avenidas del Mapocho; y otros corresponderían a la basura contenida en la tierra que se uso para rellenar la depresión de la caja del río cuando se decide la construcción del Parque Forestal, en el 1900.